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MIÉRCOLES
Es difícil saber dónde comenzar con esto. Supongo que podría
contarte dónde nací, cómo era la vida cuando mamá seguía aquí,
qué ocurrió cuando era un niño, ese tipo de cosas, pero en realidad no es relevante. O puede que sí lo sea. No lo sé. De cualquier
manera, no me acuerdo de casi nada. Sólo recuerdo fragmentos
aquí y allá, fragmentos de cosas que pueden haberocurrido o
no: algunas imágenes, sentimientos vagos, fotografías borrosas
de gente sin nombre y lugares olvidados, ese tipo de cosas.
Pero, bueno, empecemos con mi nombre.
Martyn Pig.
Martyn con Y, Pig con I y una G.
Martyn Pig.
Sí, lo sé. No te preocupes. Ya no me molesta. Ya me acostumbré. Claro, hubo un tiempo donde nada parecía importarme
más. Mi nombre me hizo la vida insoportable. MartynPig. ¿Por
qué? ¿Por qué tenía que vivir con eso? Las miradas de asombro,
las risas disimuladas y burlonas, los bufidos, los interminables
chistes sobre cerdos día tras día, una y otra vez. ¿Por qué? ¿Por
qué yo? ¿Por qué no podía tener un nombre normal? Keith
Watson, Darren Jones, algo así. ¿Por qué me castigaban con un
nombre que hacía voltear a la gente, un nombre que hacía que
me notaran? Un nombrechistoso. ¿Por qué?
Y no era sólo de los apodos de lo que tenía que preocuparme,
era de todo. Cada vez que tenía que decir mi nombre me sentía
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enfermo. Físicamente enfermo. Manos sudorosas, temblores,
dolor de estómago. Durante años viví en constate terror de
tener que presentarme.
—¿Nombre?
—Martyn Pig
—¿Perdón?
—Martyn Pig
—¿Pig?
—Sí.
—¿Martyn Pig?
—Sí. Martyn con Y, Pig con I y una G.
Amenos que tú también tengas un nombre extraño, no puedes saber lo que se siente. No lo entenderías. Dicen que las
palabras no matan. Ah, ¿sí? Pues el que dijo eso era un idiota.
Un idiota con un nombre normal, probablemente. Las palabras
no matan pero lastiman. Porky, Piggy, Pigman, Oink, Cochino,
Apestoso, Gruñidos, Cerdazo…
La culpa es de mi papá. Era su apellido. Una vez le pregunté
si nuncahabía pensado en cambiárselo.
—¿Cambiar qué? —murmuró sin dejar de leer su periódico.
—Nuestro apellido. Pig.
Alcanzó su cerveza sin decir nada.
—¿Papá?
—¿Qué?
—Nada, no importa.
Tardé mucho tiempo en darme cuenta de que la mejor manera de lidiar con los sobrenombres era simplemente ignorarlos. No es fácil, pero he visto que si dejas que la gente haga o
piense lo que quiera y no involucras demasiadotus sentimientos en esas cosas, después de un rato casi siempre se aburren y
te dejan en paz.
En fin, a mí me funcionó. Aún tenía que soportar las miradas
de extrañeza cuando decía mi nombre. Maestros nuevos, bibliotecarios, doctores, dentistas, vendedores de periódicos, todos
lo hacen: entrecierran los ojos, fruncen el ceño, desvían la mirada: ¿estará bromeando? Luego viene la vergüenza cuando sedan cuenta de que no es así. Pero lo puedo manejar. Como ya
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dije, estoy acostumbrado. Pasado un tiempo, uno se acostumbra
a casi cualquier cosa.
Por lo menos ya nadie me dice Porky. Bueno, ya no tanto.
Esto, lo que voy a contar, ocurrió hace más de un año. Era la
semana antes de Navidad. O “Navi”, como le decía mi papá.
Navi. Era la semana antes de la Navi. Un miércoles.
Yo estaba en la cocina,llenaba una bolsa de basura con botellas de cerveza vacías y mi papá estaba recargado en la puerta, fumaba un cigarro, mirándome con ojos enrojecidos.
—No las vayas a llevar al depósito de botellas —dijo.
—No, papá.
—El maldito medio anbiente esto, el medio anbiente aquello… Si alguien quiere usar mis botellas vacías de nuevo tendrá
que pagar por ellas. No se las voy a dar gratis, ¿verdad?
—No.—¿Por qué las voy a regalar? ¿Qué ha hecho el medio anbiente por mí?
—Mmm...
—Malditos depósitos de botellas…
Hizo una pausa para darle un jalón a su cigarro. Pensé en
decirle que no se dice medio anbiente, pero me dio pereza.
Llené la bolsa de basura, la anudé y empecé a llenar otra. Mi
papá veía su reflejo en la puerta de vidrio, rascándose las bolsas
de los ojos. Podría haber sido un hombre...
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