Fachaaaaaaaaa



Prólogo.

Aguantó la respiración durante un leve lapso de tiempo, luego, con una disimulada exhalación, largó todo el aire previamente acumulado. Decididamente aquello era demasiado para su pequeño y delicado cuerpo, ¿qué podía hacer sino observarlo con ojos soñadores? Era inalcanzable para alguien tan pequeña como ella.
Aún recordaba la primera vez que vio aquel cabello cobrizo. Era unaniña, tenía, con exactitud podía afirmarlo, cinco años recién cumplidos. Por aquel entonces, su familia acababa de mudarse a aquel pequeño barrio en las afueras de la gran ciudad. Habían llegado desde Argentina por culpa del trabajo de su padre, un pintor reconocido mundialmente. Ahora, en Nueva York, apenas tenían conocidos, o eso creían, hasta que su madre, una mujer dedicada al hogar y a venderreliquias antiguas, se cruzó con un matrimonio amigo que, casualmente, también se había trasladado allí definitivamente. Su madre, Miriam Douglas, los invitó a cenar ese mismo día; cuando volvió a su hogar se la notaba rozagante, vivaz, ya no estaba sola en un mundo desconocido. Su marido, Jack William Douglas, recibió la noticia con la misma algarabía, era casi un regalo del cielo. Y ella, lapequeña Hanna Douglas, no comprendía absolutamente nada de lo que pasaba.
La habían inscripto en un colegio cercano: la primaria Fitwood, a dos calles de su casa y debía empezar a asistir en las próximas dos semanas. Mientras tanto, sus padres le habían puesto una institutriz para que le ensañase todo lo posible del inglés yankee, como ellos le decían. A Hanna no le había agradado del todo la idea,pero no tuvo otro remedio que acatar, continuaba siendo una niña.
Pero él no lo era, de hecho, ella se dio cuenta, de que nunca podría verlo como un niño, ni siquiera habiendo vislumbrado y memorizado cada una de las fotos de su infancia. Howard siempre había sido un hombre, un joven perfectamente masculino.
Cuando se conocieron, en esa cena que celebraron sus padres, él tenía catorce años perose fijó en ella, a pesar del vestido rosa con volados blancos y las dos coletas con grandes moños rosas que adornaban su cabeza, y la trató como su tuviese su edad. Howard había sido un muchacho recién entrado en la adolescencia, desgarbado y con acné, nada atractivo, pero su rostro, de facciones algo aguileñas en un principio y sus ojos tan llamativamente ambarinos la habían capturado desde elmomento en que cruzó el umbral de la puerta de los Douglas, detrás de sus padres, Michael y Ana, y de su hermana pequeña, apenas una bebé, Elisabeth.
Howard, amablemente, le había tendido la mano y murmurado, con una voz que se asemejaba a la voz gruesa de un hombre adulto:
—Es un placer conocerte, me llamo Howard y me gusta mucho la tarta de chocolate.— Luego, con la misma amabilidad, le habíadicho que su vestido era muy femenino y delicado pero que, sin embargo, el rosa le sentaba terriblemente mal.
“Horroroso”, aquellas habían sido las palabras exactas que había utilizado, pero Hanna lo tomó como un comentario crítico, carente de maldad. Y en efecto, esa no había sido la intención del muchacho.
Habían cenado un pollo con caldo y papas que la madre de Hanna había cocinado a base demuchos esfuerzos. Y, aunque la comida había distado de ser deliciosa, todos se habían entretenido contando anécdotas de los hijos y de aquel mundo tan desconocido.
Hanna se había ubicado frente a Howard y se pasó toda la noche contemplándolo, absorta en su juvenil belleza. Para ella el mundo era rosa, como su vestido, pero Howard era más grande, y si bien no le caía mal la pequeña niña de coletas,lo incomodaba que estuviese tan atenta a todo lo que hacía.
El muchacho se terminó de ganar el corazón de Hanna cuando, en un intento por distraerla, le propuso jugar. Ella, esbozando una mueca de irreverente alegría, que a Howard le había dado un puntapié en el corazón, lo condujo a su dormitorio; un cuarto con las paredes blancas, inmaculadas, una cama de dos plazas, demasiado grande para...