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No podía imaginar que Dios oiría mi llamado al punto de traerme aquí, junto a personas que me alegraron tantos momentos el largo cautiverio que me tocó vivir.
ARafael Nadal, por ejemplo, lo seguí durante seis años por las canchas de Roland Garros. Lo vi crecer a través de las transmisiones en directo, que Radio Francia Internacional hacía cada verano. y altiempo que compartía la alegría de sus cada vez mayores éxitos, vivía la frustración de no poder ver sus victorias. Estar aquí en el día de hoy, viéndolo cara a cara, es como cerrar un círculo, escompletar de forma maravillosa una cita con la vida.
Podría contarles también de las largas horas vacías que traté de amoblar recitándome los poemas que más he amado, haciendo un gran esfuerzo por extraerde la memoria tantos tesoros perdidos, para lograr sentirme otra vez afortunada de vivir. Estar ahora cerca de Tzvetan Todorov y de Margaret Atwood es una sensación parecida para mí a la del que haatravesado el desierto y se encuentra finalmente con el oasis. Tengo una inmensa admiración por ellos, los escultores de la palabra, quienes con el arte sagrado de materializar el alma enriquecen a losdemás sin guardarse nada para sí.
Recuerdo la vez que descubrí las maravillas de la Nanotecnología, también por la radio, una tarde después de una larga marcha de meses. Me encontraba oyendo...
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