Fede
—Apiñados como granos de arena, así debemosestar — recordó Kume.
A partir de ese momento no volvió a decir una palabra. Nada cuando lo desnudaron, nada cuando lo pusieron de rodillas, nada cuando el jorobado le prometió el peor tor¬mentomojándole la cara con la cercanía de su boca.
Kume los miró preparar su muerte sin poder entender¬la. Los enemigos afirmaban en la tierra un madero afilado en punta, y él se puso a recordar a los que amaba.Cuando la muerte le entró en el cuerpo, el grito de Kume golpeó contra el cielo.
Trece veces trece guerreros y siete más, había contado Cucub, eran los que se encontraban en condiciones de se¬guirhasta la fortaleza de los sideresios. Los demás estaban demasiado lastimados para eso. Ellos iban a regresar a la Casa de las Estrellas, en compañía de un grupo de hom¬bres capaces de atenderlos yayudarlos.
Molitzmós había salido de su sopor durante la tarde. Volvió en sí de pronto, con una exaltación imposible de imaginar en un hombre que, instantes atrás, se estaba mu¬riendo. Y en el brevetiempo que conservó la lucidez, no cesó de asegurar que cabalgaría junto a Dulkancellin. Todo sucedió muy rápido: despertó, apartó las mantas que lo cubrían, se puso de pie pidiendo los pormenores de labatalla y jurando realizar, esta vez, lo que su herida le había impe¬dido. Quienes lo rodeaban no comprendían el sentido de tantos movimientos nerviosos hasta que, a gritos, reclamó el arma que noencontraba.
—Aquí la tienes —dijo Cucub—. Puedes estar tranquilo: tu cuchillo tomó su parte.
Molitzmós miró a Cucub con pupilas de fiebre. Seguía estando muy pálido y la transpiración le corría por lacara. De cualquier forma, el Señor del Sol no alcanzó, ni siquie¬ra, a tomar su arma. Se quedó inmóvil, abriendo y cerran¬do los ojos. La imagen de Cucub con el brazo estirado, regresándole su...
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