Fernando Ampuero

Páginas: 12 (2996 palabras) Publicado: 11 de noviembre de 2012
Recordé con exactitud que ella era la mujer de la que Juan Ramón me estaba hablando porque desde un principio había reparado en ciertos detalles: el traje sastre, las anticuadas gafas de carey, el moño cuidadosamente peinado.
–Tú tienes que haberla visto, Fernando. Fue hace una semana, el martes pasado.
–Sí, claro – repuse con total seguridad –. A eso de las siete, se estaba haciendo denoche. Por lo menos estuve viéndola unos diez minutos –y no me costó nada rememorarla, como si la tuviera de nuevo enfrente de mí.
Era una mujer bajita, pálida y, mirándola bien, bastante delicada, aunque ella parecía empeñarse en reflejar todo lo contrario. Lucía una expresión severa, casi hombruna. ¿Qué edad tendría? Yo le calculé treinta y uno, a lo sumo treinta y dos, pero luego Juan Ramón medijo que veintisiete clavados. Era ella, no cabía duda, y además estaba con el chico, un niño de unos ocho años. Ella, el niño, yo, y tres individuos más, a quienes desconocía, aguardábamos entonces en la salita de espera del consultorio de Juan Ramón, un sitio fresco, bien ventilado, con vistosas macetas y sillones confortables en el piso doce de un moderno edificio de Miraflores.
Juan Ramón esotorrino, pero antes que nada es un viejo amigo. Esta amistad me permitió fingir una dolencia grave y saltarme el turno. Me recibió en seguida. Luego, unos veinte minutos después, atendería a la mujer del traje sastre.
– Alguna gente tiene memoria para las imágenes – reflexioné –. Otra, para las situaciones. A mí los recuerdos se me vienen con todo: imágenes, situaciones, incluso sonidos, como enlas películas. Y respecto a este asunto, lo que de hecho tengo más presente es la relación de la madre con el chico... Ella tenía una actitud vigilante, pues el niño de cuando en cuando perdía la paciencia. ¡El pobre estaba con una cara de aburrimiento! – y eso también lo tengo frente a mis ojos. Lo estoy viendo.
El niño corretea de un lado a otro de la salita, lo cual suscita llamadas deatención de parte de ella, o bien permanece quieto, silencioso, absorto, con las manos pegadas al vidrio de una ventana contemplando la noche salpicada de lucecitas titilantes.
– Pero lo curioso, Fernando, es que ese mismo día yo te estuve hablando sobre casos extraños que se nos presentan a los otorrinos, ¿recuerdas?
Cómo no lo iba a recordar. Yo había ido a consultarlo ese día para hacerme verlos oídos, y en algún momento temí que lo mío también pudiera clasificarse de extraño.
Juan Ramón fue directo al grano tan pronto me recibió.
– ¿Qué tienes, Fernando?
– Nada grave, espero – dije con la inquietud propia de todo inerme mortal que acude al médico –. Pero digamos que cuando en la casa el televisor está encendido, el mundo puede venirse abajo y yo ni cuenta me doy.
Abrigaba laesperanza de que todo se redujera a un taco de cerumen, como me había vaticinado un compañero del diario.
– ¿Estás sordo o sordito? – preguntó sonriendo.
– Una pizca más que sordito.
– Bueno, hermano, deja que te examine – y con una linternilla y un monitor de videotoscopía comenzó a revisarme.
Medio minuto después, concluyó:
– Lo que tienes es oído de nadador, Fernando. Pero tranquilo,tranquilo, no te preocupes. Se trata de algo bastante común.
Si su diagnóstico requería de una semejanza, yo habría preferido, por cuestión de formas, que me dijera algo más acorde con lo que sentía.
– Mejor cambia de metáfora – repliqué entonces –. Yo me siento más con oído de picapedrero, o de obrero de fundición, o de como se llame el trabajo de esos pobres tipos con orejeras de los aeropuertosque van delante de los aviones aturdidos por el fragor de las turbinas.
– ¿Qué quieres decir?
– Pienso que, más que no oír, ocurre que confundo ruidos. Por ejemplo, suena una bocina en la calle y yo le respondo a mi mujer, que se encuentra en otra habitación: "Ya voy, mi amor, espérame un segundo". Es un poco ridículo, lo sé. Patricia se me acerca a cada rato a preguntarme: "¿Con quién estás...
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