ficcionario
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s
u n
a
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a
c u e n t o
n
t a
s
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w
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b l
d e
s a m a n t a
i n
s c h w e b l i n
Pájaros en la boca
c o n
u n
D I B U J O
d e
l auto de Silvia estaba estacionado frente a la casa, con las balizas puestas. Me
quedé parado, pensando en si había alguna posibilidad real de no atender el
timbre, pero el partido se escuchaba en toda la casa,
así queapagué el televisor y fui a abrir.
–Silvia –dije.
–Hola –dijo ella, y entró sin que yo alcanzara a
decir nada–. Tenemos que hablar, Martín.
Señaló mi propio sillón y yo obedecí, porque a
veces, cuando el pasado toca a la puerta y me trata
como hace cuatro años atrás, sigo siendo un imbécil.
–No va a gustarte. Es… es fuerte –miró su reloj–. Es sobre Sara.
–Siempre es sobre Sara –dije.
–Vas a decirque exagero, que soy una loca,
todo ese asunto. Pero hoy no hay tiempo. Te venís
a casa ahora mismo, esto tenés que verlo con tus
propios ojos.
–¿Qué pasa?
–Además, le dije a Sara que irías así que te espera.
Nos quedamos en silencio un momento.
Pensé en cuál sería el próximo paso, hasta que ella
m a r i o
s e g o v i a
g u z m á n
frunció el ceño, se levantó y fue hasta la puerta. Tomé miabrigo
y salí tras ella.
Por fuera la casa se veía como siempre, con el césped recién
cortado y las azaleas de Silvia colgando del balcón matrimonial.
Cada uno bajó de su auto y entramos sin hablar. Sara estaba sentada en el sillón. Aunque ya había terminado las clases por ese año,
llevaba puesto el jumper de la secundaria, que le quedaba como a
esas colegialas porno de las revistas. Estaba erguida,con las rodillas
juntas y las manos sobre las rodillas, concentrada en algún punto
de la ventana o del jardín, como si estuviera haciendo uno de esos
ejercicios de yoga de la madre. Me di cuenta de que aunque siempre
había sido más bien pálida y flaca, se le veía rebosante de salud. Sus
piernas y sus brazos parecían más fuertes, como si hubiera estado
haciendo ejercicio durante unos cuantosmeses. El pelo le brillaba y
tenía un leve rosado en los cachetes, como pintado pero real. Cuando me vio entrar sonrió y dijo:
–Hola, papá.
Mi nena era realmente una dulzura, pero dos palabras alcanzaban para entender que algo estaba mal en esa chica, algo seguramente relacionado con la madre. A veces pienso que quizá debí
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etiqueta negra
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habérmela llevado conmigo, pero casi siempre pienso que no. A
unos metros del televisor, junto a la ventana, había una jaula. Era
una jaula para pájaros –de unos setenta, ochenta centímetros –;
colgaba del techo, vacía.
–¿Qué es eso?
–Una jaula –dijo Sara, y sonrió.
Silvia me hizo una seña para que la siguiera a la cocina.
Fuimos hasta el ventanal y ella se volvió paraverificar que Sara
no nos escuchara. Seguía erguida en el sillón, mirando hacia la
calle, como si nunca hubiéramos llegado. Silvia me habló en voz
baja.
–Martín. Mirá, vas a tener que tomarte esto con calma.
–Ya, Silvia, dejate de joder, ¿Qué pasa?
–La tengo sin comer desde ayer.
–¿Me estás cargando?
–Para que lo veas con tus propios ojos.
–Ajá… ¿estás loca?
Me hizo una seña para que volviéramos alliving y me señaló
el sillón. Me senté frente a Sara. Silvia salió de la casa y la vimos
cruzar el ventanal y entrar al garaje.
–¿Qué le pasa a tu madre?
Sara levantó los hombros, dando a entender que no lo sabía.
Tenía el pelo negro y lacio, atado en una cola de caballo, y un flequillo prolijo que le llegaba casi hasta los ojos.
Silvia volvió con una caja de zapatos. La traía derecha, con ambasmanos, como si se tratara de algo delicado. Fue hasta la jaula, la
abrió, sacó de la caja un gorrión muy pequeño, del tamaño de una
pelota de golf, lo metió dentro de la jaula y la cerró. Tiró la caja al
piso y la hizo a un lado de una patada, junto a otras nueve o diez cajas similares que se iban sumando bajo el escritorio. Entonces Sara
se levantó, su cola de caballo brilló a un lado y otro de su...
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