A menudo permanecía de pie ante casas de modas y contemplaba chaquetas y jerseys, zapatos y bolsos, y me imaginaba lo bien que le sentarían a ella, pero su padre tenía una opinión tan rigurosa del dinero, que nunca me había atrevido a regalarle nada. Una vez me había dicho él: "Es cosa horrible la miseria, pero también resulta penoso mal vivir, situación en la que se encuentran la mayoría de loshombres." "¿Y ser rico?", pregunté, "¿cómo es?" Me ruboricé. Me miró con acritud, se ruborizó también y dijo: "Joven, tú acabarás mal si no dejas de pensar. Si yo tuviese valor y creyese aún que se puede crear algo en este mundo, ¿sabes tú lo que haría yo?" "No", dije. "Fundaría", dijo y volvió a ruborizarse, "una asociación que cuidara de los hijos de la gente rica. Pero los imbéciles noencuentran asocíales más que a los pobres." Pensé en muchas cosas, mientras veía vestirse a Marie. Me hizo feliz y a la vez desgraciado al ver lo natural que para ella era su cuerpo. Más tarde, cuando íbamos juntos de hotel en hotel, siempre me quedaba en cama por la mañana para poder verla cuando se lavaba y vestía, y si el cuarto de baño se hallaba tan mal situado que yo no podía ver nada desde la cama,me ponía en la bañera. Aquella mañana en su cuarto, lo que más me hubiese gustado era continuar acostado, y deseé que no acabase nunca de vestirse. Se lavó cuidadosamente cuello, brazos y pecho, y se limpió los dientes con ardor. Yo mismo he rehuido siempre en lo posible el lavarme por la mañana, y el limpiarme los dientes aún me horroriza. Prefiero la bañera, pero me gustaba mirar a Marie asíocupada en su higiene, todo en ella era tan limpio y tan natural, incluso el minúsculo gesto con que enroscaba el tapón en el tubo de dentífrico. Pensé también en mi hermano Leo, quien era muy piadoso, meticuloso y exacto, y que siempre recalcaba que él "creía" en mí. Se hallaba también ante los exámenes para bachiller, y en cierto modo se avergonzaba de haberlo conseguido, a los diecinueve años,con plena normalidad, mientras yo con veintiuno seguía indignándome en clase de sexto con la falsa interpretación de la leyenda de los Nibelungos. Leo conocía también a Marie de alguna agrupación en la que jóvenes católicos y evangélicos discutían sobre democracia y tolerancia religiosa. Nosotros dos, Leo y yo, considerábamos a nuestros padres aún como modelo de matrimonios. Fue un rudo golpe paraLeo cuando se enteró de que papá hacía ya casi diez años que tenía una querida. También fue un rudo golpe para mí, pero no moralmente, pues me era fácil imaginar que debía ser penoso estar casado con mi madre, cuya engañadora afabilidad, consistía en abrir poco la boca y hablar por la I y la E. Decía raramente una frase en la que se hallasen la A, la O o la U, y era característico de ella el haberabreviado el nombre de Leo en Le. Para mí fue más bien un trauma estético el enterarme de que papá tenía una querida: no rezaba con él. No es apasionado ni desborda vitalidad, y de no suponer que la mujer era sólo para él una enfermera o una hermana de la caridad (con lo cual no encajaba el término patético de querida), lo anormal del hecho residía en que no rezaba con mi padre. En realidad ellaera una cantante simpática, linda, no excesivamente inteligente, a quien él ni siquiera proporcionó contratos o conciertos adicionales. Para eso era él demasiado correcto. A mí la cosa me dejó perplejo, para Leo fue penoso. Le habían ofendido en sus ideales, y mi madre al ver su estado no supo decir más que "Le vive en crisis", y cuando tuvo malas notas en clase quiso llevarle a un psiquiatra.Conseguí
impedirlo, contándole primero todo lo que sabía sobre eso que el hombre y la mujer hacen juntos. y ayudándole a estudiar hasta que volvió a tener buenas notas, con lo cual mi madre ya no consideró necesario al psiquiatra. Marie se puso el vestido verde oscuro, y aunque vi que tenía dificultades con la cremallera no me levanté para ayudarla: era tan bello contemplar cómo extendía sus manos...
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