finis mundi
misión imposible. Según las revelaciones del ermitaño Bernardo de Turingia, el fin del mundo se
acerca y sólo hay una manera de salvar a la humanidad: invocar al Espíritu del Tiempo. Pero
antes es preciso recuperar los tres ejes sobre los que se sustenta la Rueda del Tiempo.
¿Dónde se encuentran? Nadie losabe…
Laura Gallego
Finis mundi
ePUB v1.0
Dirdam 28.04.12
Imagen de cubierta: Pablo Torrecilla
Editado por: SM
Año de publicación: 1999
ISBN: 84-348-7011-8
Premio «El barco de vapor» 1998
Para mi familia, por haberme apoyado siempre.
Para Gloria, por creer en mí.
Para mis amigos: el GALBA,
los miembros de la revista Náyade
y el resto de compañeros de filología.
También,especialmente, para Nuria,
Stela, Arancha, Juanma y David. Porque,
de una forma u otra, siempre habéis estado ahí.
Gracias a todos por haber hecho posible Finis mundi.
Libro I: El Eje del Presente
Año 997 d.C.
Mundus senescit
coro con los salvajes gritos de los atacantes, las llamas que envolvían la abadía crepitaban
ferozmente y se alzaban hacia un cielo sin luna, iluminando elbosque cercano. El techo del
establo se derrumbó con estrépito, al igual que la bóveda de la iglesia recién saqueada. Las
oscuras sombras que rodeaban el monasterio aullaron de nuevo y, unas a pie y otras a caballo, se alejaron
hacia el pueblo que dormía aguardando la llegada del alba.
Oculta por la sombra de los frondosos árboles, una figura corría por el bosque, jadeante, tropezando,
buscando unrefugio. Dio un traspié y cayó sobre la húmeda hierba. Rodó hasta un espeso matorral y se
ocultó allí, sollozando. Sólo cuando las voces se apagaron se atrevió, prudentemente escondido y sin
asomarse demasiado, a volver la vista atrás para contemplar los restos de lo que había sido su hogar en
los últimos años. Temblando, vio cómo el fuego se consumía lentamente.
Sintió que lo atenazaba eldesaliento; pero, a pesar de su juventud, a pesar de su fragilidad, a pesar
de su miedo, no dejó ni por un momento de estrechar contra su pecho un preciado códice que había
logrado rescatar de las llamas.
En su mente seguía resonando una terrible frase: Mundi termino appropinquante… Sus labios
formaron las palabras de una plegaria, pero su garganta no emitió ningún sonido.
Mundi terminoappropinquante…
A
En la plaza se había formado un pequeño grupo de gente que iba aumentando lentamente, atraído por una
sólida y potente voz que recitaba un largo cantar. Sentado en los escalones de piedra de la iglesia,
perdido en sus pensamientos, un jovencísimo monje parecía ser el único en no sentir interés por la
historia que se relataba un poco más allá. Su hábito negro indicaba quepertenecía a uno de los muchos
monasterios que la orden de Cluny tenía sembrados por Normandía y Francia.
Una muchacha que pasaba se le quedó mirando y, compadecida, se detuvo junto a él.
—¿Qué te sucede, hermano? —preguntó—. Pareces preocupado.
El chico alzó la mirada y sonrió. Estaba pálido, y sus ropas no lograban disimular su extrema
delgadez.
—¿Has oído hablar del monasterio de Saint Paul?—le preguntó a la aldeana.
Ella ladeó la cabeza, tratando de pensar.
—¿El que está junto a las montañas, cerca del bosque?
—Estaba, querrás decir. La semana pasada sufrimos un ataque. No dejaron piedra sobre piedra.
En el rostro de la joven se formó un rictus de rabia e indignación.
—Húngaros —dijo. Más bien escupió la palabra—. No sabía que habían llegado tan lejos. Nada
detiene a esossalvajes.
El monje guardó silencio. La muchacha lo miró fijamente.
—¿Te has quedado sin hogar? No te preocupes. El abad de Saint Patrice te acogerá. ¿Es eso lo que te
trae por aquí?
El monje negó con la cabeza y sonrió con cierta condescendencia.
—No; voy muy lejos. Busco un lugar llamado la Ciudad Dorada.
La muchacha se encogió de hombros.
—Nunca la he oído nombrar.
El monje no pareció...
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