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M. Fioravanti, “Estado y Constitución”, El Estado moderno en Europa. Instituciones y derecho, Madrid 2004, pp. 22-26 y 34-36

Volvamos ahora a nuestro problema de la sucesión histórica de las formas de Estado. El análisis desarrollado confirma que la caída definitiva del Estado jurisdiccional debe ser retrasada al tiempo de la revolución. Esto no significa, obviamente, que esa caída no haya idopreparándose a lo largo del tiempo, ni significa la negación del protagonismo que el Estado absoluto haya tenido en la reducción del pluralismo sobre el cual estaba construido el Estado jurisdiccional. Significa sólo negar que haya existido en Europa una forma de Estado posterior al Estado jurisdiccional y anterior a la revolución. Debemos precisar ahora que no se ha de tener una concepcióninmovilista del Estado jurisdiccional, como si se hubiera mantenido idéntico a lo largo de los siglos de la edad moderna hasta llegar a la revolución. Al comienzo de este capítulo ya hemos observado que un dominio territorial del siglo XIV es distinto a un Estado absoluto del siglo XVII. El primero se limita con frecuencia, más o menos en continuidad con el pasado medieval, a garantizar el equilibrio delas fuerzas y de los ordenamientos del territorio; el segundo tiene ya una política económica, ha desarrollado enormemente su propia presencia y su fuerza en el campo fiscal y militar creando burocracias más directamente dependientes del soberano y, aún más, promueve planes de obras públicas.
Y sin embargo, recordando cuanto ya hemos dicho a propósito de la presencia de dos polos en la estructurabasilar del Estado jurisdiccional como primera forma histórica de existencia del Estado moderno europeo, pensemos que el aumento de obligaciones y la concentración de poderes que caracterizan la fase absolutista pueden calificarse como intensificación del peso y de la relevancia, en el ámbito del mismo Estado jurisdiccional, del polo de la unidad y de su representación en la figura del soberano,pero sin cancelar del todo, antes de la revolución, el otro polo, el de la pluralidad. Por lo demás, la principal virtud del Estado jurisdiccional es precisamente su elasticidad, pues consiente, en su interior, distintas disposiciones y equilibrios entre los dos polos, bien hacia la herencia medieval, con una relevancia prevalente del polo de la pluralidad, bien hacia la parte opuesta, hasta casitocar el nuevo principio-guía de la soberanía, como en el caso de los Estados absolutos.
Lleguemos finalmente a la revolución, ya que aquí se encuentra –como ya hemos repetido– la ruptura fundamental, la raíz y el origen de una nueva forma de Estado, con la que se abre una fase totalmente nueva en la existencia del Estado moderno europeo. Abramos así el gran libro de la revolución, en una páginaque continúa siendo fundamental: la de la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano de 26 de agosto de 1789. Encontramos enseguida la afirmación de la soberanía que hasta ahora habíamos buscado en vano. Leamos el artículo 3: “El principio de toda soberanía reside esencialmente en la nación. Ningún cuerpo, ningún individuo puede ejercitar una autoridad que no emane expresamente deella”.
El artículo es realmente fundamental. Une fuerte e inseparablemente el ejercicio de la autoridad, y por tanto de los poderes de imperium ya conocidos por nosotros que una gran cantidad de sujetos había ejercitado sobre el territorio antes de la revolución, al principio de soberanía, es decir, a la situación de la exclusividad, del monopolio: el ejercicio de la autoridad, y por ello la mismacapacidad de coacción sobre los individuos, es ahora posible y legítima sólo a condición de ser única, y más precisamente de ser aquélla, y sólo aquélla, que puede decirse autorizada por la totalidad, representada en el artículo por la nación. Otro tipo de autoridad, de ámbito más reducido, ya no puede ser tolerado: ahora existe un solo “cuerpo”, el de la nación, y la multiplicidad de los “cuerpos”...