foucoult
Michel Foucault
En 1970 Michel Foucault sucedió a Jean Hyppolite en el Collège de France, donde se hizo
cargo de la cátedra de historia de los sistemas de pensamiento. El orden del discurso fue
su lección inaugural. Preocupado siempre por las complejas relaciones entre el saber y el
origen del poder, Foucault resumió en este texto el núcleo de susinvestigaciones y
adelantó todo un programa futuro de trabajo. A través de un minucioso análisis de las
variadas formas de acceso (o de las
prohibiciones y tabúes) a la palabra, de la marginalidad de determinados discursos (la
locura, la delincuencia) o la controvertida voluntad de verdad de la cultura occidental, este
opúsculo consigue poner de manifiesto la inquietante fragili dad de categoríasfilosóficas
aparentemente sacrosantas, como las de sujeto, conciencia e historia. A casi treinta años
vista, este polémico y ejemplar«discurso» mantiene toda la espontaneidad creadora de
una auténtica obra filosófica.
Lección inaugural en el Collège de France pronunciada el 2 de
diciembre de 1970
En el discurso que hoy debo pronunciar, y en todos aquellos que, quizás durante
años, habré depronunciar aquí, hubiera preferido poder deslizarme
subrepticiamente. Más que tomar la palabra, hubiera preferido verme envuelto por
ella y transportado más allá de todo posible inicio. Me hubiera gustado darme
cuenta de que en el momento de ponerme a hablar ya me precedía una voz sin
nombre desde hacia mucho tiempo: me habría bastado entonces con encade nar,
proseguir la frase, introducirmesin ser advertido en sus intersticios, como si ella
me hubiera hecho señas quedándose, un momento, interrumpida. No habría
habido por tanto inicio: y en lugar de ser aquel de quien procede el discurso, yo
sería más bien una pequeña laguna en el azar de su desarrollo, el punto de su
desaparición posible. Me habría gustado que hubiese detrás de mí (habiendo
tomado desde hace tiempo la palabra,repitiendo de antemano todo cuanto voy a
decir) una voz que hablase así: “Hay que continuar, no puedo continuar, hay que
decir palabras mientras las haya, hay que decirlas hasta que me encuentren,
hasta el momento en que me digan –extraña pena, extraña falta-,hay que
continuar, quizás, está ya hecho, quizás ya me han dicho, quizás me han llevado
hasta el umbral de mi historia ante la puertaque se abre, ante mi historia: me
extrañaría si se abriera así. Pienso que en mucha gente existe un deseo
semejante de no tener que empezar, un deseo semejante de encontrarse, ya
desde el comienzo del juego, al otro lado del discurso,
sin haber tenido que considerar desde el exterior cuánto podía tener de singular,
de temible, incluso quizás de maléfico. A este deseo tan común, la instituciónresponde de una manera irónica, dado que hace los comienz os solemnes, los
rodea de un círculo de atención y de silencio y les impone, como queriendo
distinguirlos desde lejos, unas formas ritualizadas.
El deseo dice: “No querría tener que entrar yo mismo en este orden azaroso del
discurso, no querría tener relación con cuanto hay en él de tajante y decisivo:
querría que me rodeara como unatransparencia apacible, profunda,
indefinidamente abierta, en la que otros responderían a mi espera, y de la que
brotarían las verdades, una a una: yo no tendría más que dejarm e arrastrar, en él
y por él, como algo abandonado, flotante y dichoso”. Y la institución responde: “No
hay por qué tener miedo de empezar: todos estamos aquí para mostrarte que el
discurso está en el orden de lasleyes, que desde hace mucho tiempo se vela por
su aparición: que se le ha preparado un lugar que le honra pero que le desarma, y
que, si consigue algún poder, es de nosotros y únicamente de nosotros de quien lo
obtiene”.
Pero quizás esta institución y este deseo no son otra cosa que dos réplicas
opuestas a una misma inquietud: inquietud con respecto a lo que es el discurso,
en su realidad...
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