fragmento de Lolita
Sé también que la conmoción producida por la muerte de Annabel consolidó la frustración de ese verano de pesadilla y la convirtió en un obstáculo permanentepara cualquier romance ulterior, a través de los fríos años de mi juventud. Lo espiritual y lo físico se habían fundido en nosotros con perfección tal que no puede sino resultar incomprensible para losjovenzuelos materialistas, rudos y de mentes uniformes, típicos de nuestro tiempo. Mucho después de su muerte sentía que sus pensamientos flotaban en torno a los míos. Antes de conocernos ya habíamostenido los mismos sueños. Comparamos anotaciones. Encontramos extrañas afinidades. En el mismo mes de junio del mismo año (1919), un canario perdido había revoloteado en su casa y la mía, en dos paísesvastamente alejados. ¡Ah, Lolita, si tú me hubieras querido así! He reservado para el desenlace de mi fase «Annabel» el relato de nuestra cita infructuosa. Una noche, Annabel se las compuso paraburlar la viciosa vigilancia de su familia. Bajo un macizo de mimosas nerviosas y esbeltas, al fondo de su villa, encontramos amparo en las ruinas de un muro bajo, de piedra. A través de la oscuridad ylos árboles tiernos, veíamos arabescos de ventanas iluminadas que, retocadas por las tintas de colores del recuerdo sensible, se me aparecen hoy como naipes –acaso porque una partida de bridge...
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