Franco Jorge Rosario Tijeras

Páginas: 163 (40515 palabras) Publicado: 5 de marzo de 2015
Rosario Tijeras
Jorge Franco
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Libros Tauro

Oración al Santo Juez
Si ojos tienen que no me vean,
si manos tienen que no me agarren,
si pies tienen que no me alcancen,
no permitas que me sorprendan por la espalda,
no permitas que mi muerte sea violenta,
no permitas que mi sangre se derrame,
Tú que todo lo conoces,
sabes de mis pecados,
pero también sabesde mi fe,
no me desampares,
Amén.

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UNO
Como a Rosario le pegaron un tiro a quemarropa mientras le
daban un beso, confundió el dolor del amor con el de la muerte.
Pero salió de dudas cuando despegó los labios y vio la pistola.
-Sentí un corrientazo por todo el cuerpo. Yo pensé que era el
beso... –me dijo desfallecida camino al hospital.
-No hablés más, Rosario –Le dije, y ella apretándome lamano me pidió que no la dejara morir.
-No me quiero morir, no quiero.
Aunque yo la animaba con esperanzas, mi expresión no la
engañaba. Aún moribunda se veía hermosa, fatalmente divina
se desangraba cuando la entraron a cirugía. La velocidad de la
camilla, el vaivén de la puerta y la orden estricta de una
enfermera me separaron de ella.
-Avísale a mi mamá –alcancé a oír.
Como si yo supiera dóndevivía su madre. Nadie lo sabía, ni
siquiera Emilio, que la conoció tanto y tuvo la suerte de tenerla.
Lo llamé para contarle. Se quedó tan mudo que tuve que
repetirle lo que yo mismo no creía, pero de tanto decírselo para
sacarlo de su silencio, aterricé y entendí que Rosario se moría.
-Se nos está yendo, viejo.
Lo dije como si Rosario fuera de los dos, o acaso alguna vez
lo fue, así hubiera sido en undesliz o en el permanente deseo
de mis pensamientos.
-Rosario.
No me canso de repetir su nombre mientras amanece,
mientras espero a que llegue Emilio, que seguramente no
vendrá, mientras espero que alguien salga del quirófano y diga
algo. Amanece más lento que nunca, veo apagarse una a una las
luces del barrio alto de donde una vez bajó Rosario.
-Mirá bien donde estoy apuntando. Allá arriba sobrela hilera
de luces amarillas, un poquito más arriba quedaba mi casa. Allá
debe estar doña Rubi rezando por mí.
Yo no vi nada, sólo su dedo estirado hacia la parte más alta

3

de la montaña, adornado con un anillo que nunca imaginó que
tendría, y su brazo mestizo y su olor a Rosario. Sus hombros
descubiertos como casi siempre, sus camisetas diminutas y sus
senos tan erguidos como el dedo queseñalaba. Ahora se está
muriendo después de tanto esquivar la muerte.
-A mí nadie me mata –dijo un día-. Soy mala hierba.
Si nadie sale es porque todavía estará viva. Ya he preguntado
varias veces pero no me dan razón, no la registramos, no hubo
tiempo.
-La muchacha, la del balazo.
-Aquí casi todos vienen con un balazo- me dijo la informante.
La creíamos a prueba de balas, inmortal a pesar de quesiempre vivió rodeada de muertos. Me atacó la certeza de que
algún día a todos nos tocaba, pero me consolé con lo que decía
Emilio: ella tiene un chaleco antibalas debajo de la piel.
-¿Y debajo de la ropa?
-Tiene carne firme –respondió Emilio al mal chiste-. Y
contentate con mirar.
Rosario nos gustó a todos, pero Emilio fue el único que tuvo
el valor, porque hay que admitir que no fue sólo cuestiónde
suerte. Se necesitaba coraje para meterse con Rosario, y así yo lo
hubiera sacado, de nada hubiera servido porque llegué tarde.
Emilio fue el que la tuvo de verdad, el que se la disputó con su
anterior dueño, el que arriesgó la vida y el único que le ofreció
meterla entre los nuestros. «Lo mato a él y después te mato a
vos», recordé que la había amenazado Ferney. Lo recuerdo
porque se lo preguntéa Rosario:
-¿Qué fue lo que te dijo , Farley?
-Ferney.
-Eso, Ferney.
-Que primero mataba a Emilio y después me mataba a mí –
me aclaró Rosario.
Volví a llamar a Emilio. No le pregunté por qué no venía a
acompañarme, sus razones tendría. Me dijo que él también
seguía despierto y que seguramente más tarde pasaría.
-No te llamé para eso, sino para que me dieras el teléfono de
4

la mamá de...
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