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GUILLERMO SUCRE
LA CIFRA

De Juan Esteban Mora Reyes

Alianza Editorial, Madrid, 1981.
n el suplemento literario
del diario El País, el redactor de una brevísima sección sobre publicaciones recientes, registra el hecho: “El último
libro de Jorge Luis Borges abre
hoy este escaparate poético semanal. Ya hace tiempo que Borges
sólo escribe poesía, para satisfacción de los aficionados algénero”.
Luego, ganado por la valoración,
advierte que Borges es “un gran
poeta”; aun ¿precisa, corrige?: “tal
vez sea sobre todo un magistral
poeta”.
Como uno de esos aficionados al género -al menos al de
Borges-, se me ocurre escribir
sobre esta cifra transparente. No,
por supuesto, para corroborar o
no los epítetos de gran o magistral poeta. Además de no estar a
mi alcance saber siBorges lo es
de verdad, me pregunto qué importancia tendrá dilucidarlo. ¿NO
parece que ya hay más grandes
poetas que poetas mismos? Parodiando una frase creo que de André Gide, ¿no podría aun decirse
que con grandes y/o magistrales
poetas muchas veces no se hace
100 V UELTA 2 6 1

A GOSTO

DE

hoy poesía, o sólo se hace poesía
efectist, acomodaticia?
Al Borges poeta nos gusta
verlo deotro modo. No como el
poeta aseverativo, de destino
proclamado, sino como el de la
incertidumbre, cuyo verso es de
“interrogación y de prueba” y cuyos “instrumentos de trabajo son
la humillación y la angustia”. El
poeta que desde cualquier penuria ha sabido conmemorar la
amistad con los seres y las cosas,
comprender “ese dialecto de alusiones / que toda agrupación humana va urdiendo”,acercarse a
“un lenguaje del alba”, dar una
visión adánica de la vida, todavía en su último libro, es decir,
ya a los ochentidós años. El poeta que confiesa -como dice en
este libro- que sólo ha “ordenado en el dialecto de nuestro
tiempo las cinco /o seis metáforas”, y no le parece nada raro, pero que a través de ese orden sigue
introduciendo una reflexión vertiginosa sobre el mundo. El poetaque no cesa de repetirse y lo subraya, e ingenuamente cree que
aún se puede explorar en el “proteico soneto” y en las “estrofas libres de Whitman”, pues parece
intuir que del “idioma infinito de
la arena” está hecha toda literatura: la fragilidad que persiste.
“El hábito que nos ayuda a sentir
que somos inmortales”.
No por el fulgor, el deslumbramiento; tampoco por los raptos patéticos delcorazón. Borges nos
asombra por cosas quizás más entrañables: “el misterioso amor de
las palabras”, el decir frases que
nos revelan la íntima trama de los
hechos y por ello mismo se nos
1998

vuelven memorables: “seguro de
mi vida y mi muerte, miro los ambiciosos y quisiera entenderlos”,
“la lluvia es una cosa que sin duda
sucede en el pasado”, “el alba, que
no ha tocado nadie”, “el queprende un fósforo en lo oscuro está inventando el fuego”, “el que mira
un reloj de arena ve la disolución
de un imperio”. Nos asombra por
aceptar como un don todo lo que
le depara el destino: la biblioteca y
la noche (la incertidumbre que se
hace reciedumbre, ese coraje que
dice no tener y sólo soñar); por haber reconocido, cuando tenía unos
veinticinco años, que su nombre
era “alguien ycualquiera”, y aun
no ha dejado de ser esa impersonalidad; por no ocultar sus propias
torpezas: “soy esa torpe intensidad
que es un alma”. Nos asombra por
aceptar que no habla en nombre
de la verdad (ni del Poder, ni de la
Historia): “El que prefiere que los
otros tengan razón.”
Todo esto podría parecer ya
admirable; al menos es una dicha
para ciertos lectores. En todo caso, las virtudesde Borges son sólo
sus vicios.
Por ello nos asombra, sobre todo, por su propia casi ilimitada capacidad de asombrarse él mismo,
sin recurrir al efecto de lo “asombroso”, lo “único”, lo “genésico”,
lo “telúrico”, etcétera, etcétera. Es
el asombro que no se le impone al
lector, sino que se comparte con
él: va surgiendo lentamente como
las cifras mismas del poema. “Los
libros de la...