García Marquez, Funerales de mama Grande

Páginas: 128 (31972 palabras) Publicado: 7 de julio de 2014
GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ

Los funerales
de la
Mamá Grande

EDITORIAL SUDAMERICANA
BUENOS AIRES

Cuadragésimo cuarta edición en la Editorial Sudamericana
Septiembre de 2001
IMPRESO EN LA ARGENTINA
Queda hecho el depósito
que previene la ley 11.723.
© 1962, Editorial Sudamericana S.A.®
Humberto Iº 531, Buenos Aires.
www.edsudamericana.com.ar
ISBN 950-07-0091-3
© 1962, GabrielGarcía Márquez

Al cocodrilo sagrado

La siesta del martes
El tren salió del trepidante corredor de rocas bermejas, penetró en las plantaciones de
banano, simétricas e interminables, y el aire se hizo húmedo y no se volvió a sentir la
brisa del mar. Una humareda sofocante entró por la ventanilla del vagón. En el estrecho
camino paralelo a la vía férrea había carretas de bueyes cargadas deracimos verdes. Al
otro lado del camino, en intempestivos espacios sin sembrar, había oficinas con
ventiladores eléctricos, campamentos de ladrillos rojos y residencias con sillas y mesitas
blancas en las terrazas, entre palmeras y rosales polvorientos. Eran las once de la
mañana y aún no había empezado el calor.
—Es mejor que subas el vidrio —dijo la mujer—. El pelo se te va a llenar de carbón.La niña trató de hacerlo pero la persiana estaba bloqueada por óxido.
Eran los únicos pasajeros en el escueto vagón de tercera clase. Como el humo de la
locomotora siguió entrando por la ventanilla, la niña abandonó el puesto y puso en su
lugar los únicos objetos que llevaban: una bolsa de material plástico con cosas de comer
y un ramo de flores envuelto en papel de periódicos. Se sentó enel asiento opuesto,
alejada de la ventanilla, de frente a su madre. Ambas guardaban un luto riguroso y
pobre.
La niña tenía doce años y era la primera vez que viajaba. La mujer parecía demasiado
vieja para ser su madre, a causa de las venas azules en los párpados y del cuerpo
pequeño, blando y sin formas, en un traje cortado como una sotana. Viajaba con la
columna vertebral firmemente apoyadacontra el espaldar del asiento, sosteniendo en el
regazo con ambas manos una cartera de charol desconchado. Tenía la serenidad
escrupulosa de la gente acostumbrada a la pobreza.
A las doce había empezado el calor. El tren se detuvo diez minutos en una estación sin
pueblo para abastecerse de agua. Afuera, en el misterioso silencio de las plantaciones, la
sombra tenía un aspecto limpio. Peroel aire estancado dentro del vagón olía a cuero sin
curtir. El tren no volvió a acelerar. Se detuvo en dos pueblos iguales, con casas de
madera pintadas de colores vivos. La mujer inclinó la cabeza y se hundió en el sopor. La
niña se quitó los zapatos. Después fue a los servicios sanitarios a poner en agua el ramo
de flores muertas.
Cuando volvió al asiento la madre la esperaba para comer. Ledio un pedazo de queso,
medio bollo de maíz y una galleta dulce, y sacó para ella de la bolsa de material plástico
una ración igual. Mientras comían, el tren atravesó muy despacio un puente de hierro y
pasó de largo por un pueblo igual a los anteriores, sólo que en éste había una multitud
en la plaza. Una banda de músicos tocaba una pieza alegre bajo el sol aplastante. Al otro
lado delpueblo, en una llanura cuarteada por la aridez, terminaban las plantaciones.
La mujer dejó de comer.
—Ponte los zapatos —dijo.
La niña miró hacia el exterior. No vio nada más que la llanura desierta por donde el
tren empezaba a correr de nuevo, pero metió en la bolsa el último pedazo de galleta y se
puso rápidamente los zapatos. La mujer le dio la peineta.
—Péinate —dijo.
El tren empezó a pitarmientras la niña se peinaba. La mujer se secó el sudor del
cuello y se limpió la grasa de la cara con los dedos. Cuando la niña acabó de peinarse el
tren pasó frente a las primeras casas de un pueblo más grande pero más triste que los
anteriores.
—Si tienes ganas de hacer algo, hazlo ahora —dijo la mujer—. Después, aunque te
estés muriendo de sed no tomes agua en ninguna parte. Sobre todo,...
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