Garcia Marquez Gabriel El Olor De La Guayaba NoPW

Páginas: 152 (37959 palabras) Publicado: 23 de marzo de 2015





































































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EL OLOR DE LA GüAYABA - GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ
(Conversaciones con Plinio Apuleyo Mendoza)



EDITORIAL SUDAMERICANA, BUENOS AIRES Tercera edición Setiembre de 1993
IMPRESO EN LA ARGENTINA



Escritor y periodista, Plinio Apuleyo Mendoza nació en Tunja, Colombia, en 1932. Dirigió en Venezuela las revistas Élite y Momento,y en Co- lombia, Acción Liberal y Encuentro. En Francia tuvo a su cargo la revista Libre, que agrupó a los escritores latinoamericanos del «boom». Ha pu- blicado El desertor (Monte Ávila, 1974) y la novela Años de fuga, que obtuvo en 1979 el premio Plaza & Janés para novela colombiana.



Orígenes



El tren, un tren que luego recordaría amarillo y polvoriento y envuelto en una humaredasofocante, llegaba todos los días al pueblo a las once de la mañana, luego de cruzar las vastas plantaciones de banano. Junto a la vía, por caminos llenos de polvo, avanzaban lentas carretas tiradas por bueyes y cargadas de racimos de bananos verdes, y el aire era ar- diente y húmedo, y cuando el tren llegaba al pueblo había mucho calor, y las mujeres que aguardaban en la estación se protegían del sol consombrillas de colores.
Los vagones de primera clase tenían sillas de mimbre y los de tercera, donde viajaban los jornaleros, rígidos escaños de madera. A veces, en- ganchado a los otros, venía un vagón de vidrios azules enteramente re- frigerado donde viajaban los altos empleados de la compañía bananera. Los hombres que bajaban de aquel vagón no tenían ni las ropas, ni el color mostaza, ni el airesoñoliento de las personas que uno cruzaba en las calles del pueblo. Eran rojos como camarones, rubios y fornidos, y se vestían como exploradores, con cascos de corcho y polainas, y sus mujeres, cuando las traían, parecían frágiles y como asombradas en
sus ligeros trajes de muselina.
«Norteamericanos», le explicaba su abuelo, el coronel, con una sombra de desdén, el mismo desdén que asumían lasviejas familias del pueblo ante todos los advenedizos.
Cuando Gabriel nació, todavía quedaban rastros de la fiebre del banano que años atrás había sacudido toda la zona. Aracataca parecía un pue-
blo del lejano oeste, no sólo por su tren, sus viejas casas de madera y
sus hirvientes calles de polvo, sino también por sus mitos y leyendas. Hacia 1910, cuando la United Fruit había erigido suscampamentos en el corazón de las sombreadas plantaciones de banano, el pueblo había conocido una era de esplendor y derroche. Corría el dinero a chorros. Según se decía, mujeres desnudas bailaban la cumbia ante magnates que acercaban billetes al fuego para encender sus cigarros.
Esta y otras leyendas similares habían llevado hacia aquel olvidado pueblo de la costa norte de Colombia enjambres de aventurerosy pros- titutas, «desperdicios de mujeres solas y de hombres que amarraban la mula en un horcón del hotel, trayendo como único equipaje un baúl de madera o un atadillo de ropa».
Para doña Tranquilina, la abuela, cuya familia era una de las más anti- guas del pueblo, «aquella tempestad de caras desconocidas, de toldos en la vía pública, de hombres cambiándose de ropa en la calle, de mu-
jeressentadas en los baúles con los paraguas abiertos, y de mulas y
mulas abandonadas, muriéndose de hambre en la cuadra del hotel» re- presentaba simplemente «la hojarasca», es decir, los desechos huma- nos que la riqueza bananera había depositado en Aracataca.


La abuela gobernaba la casa, una casa que luego él recordaría grande, antigua, con un patio donde ardía en las noches de mucho calor el aro- made un jazminero y cuartos innumerables donde suspiraban, a veces los muertos. Para doña Tranquilina, cuya familia provenía de la Goajira, una península de arenales ardientes, de indios, contrabandistas y bru- jos, no había una frontera muy definida entre los muertos y los vivos. Cosas fantásticas eran referidas por ella como ordinarios sucesos coti- dianos. Mujer menuda y férrea, de alucinados...
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