Gentiles damas
También me oiréishablar de Orlando, el mejor de los paladines del emperador cristiano: sobre él he de contar cosas que hasta hoy nadie puso en prosa ni en verso y, sobre todo, de cómo enloqueció por culpa del amor.
Mi relato comienza mediada ya la contienda, mientras los ejércitos de Agramante ponían sitio a París. Lejos de la ciudad, por algún tupido bosque de Francia, galopa una hermosísima doncella sobre uncorcel airoso. Es Angélica, princesa de Catay, lejano reino de Asia, a la que su padre, aliado de los moros, envió a la corte de Carlomagno para que, con su incomparable belleza, siembre la discordia entre los paladines del emperador, contribuyendo decisivamente a su derrota. De ella se prendaron, entre otros caballeros menos famosos, el valentísimo Orlando y su primo Rinaldo de Claromonte, y por ellallevaron a cabo innumerables hazañas en las tierras más remotas. Vueltos a suelo francés, el buen Carlomagno entregó a la doncella en custodia al viejo duque de Baviera, prometiendo su mano a aquel de los dos rivales que más enemigos matara en la primera batalla. Sin embargo, el azar había dispuesto las cosas de muy distinta manera: derrotados los cristianos y prisionero el duque, logra Angélicahuir del campamento a uña de caballo. Y es precisamente en esta huida cuando la encontramos por primera vez.
Se cruza con un caballero que, espada en mano, trata de recuperar a su caballo fugitivo. Es Rinaldo, que la ama locamente sin que ella le corresponda. Al verlo, huye a rienda suelta. Es ahora un sarraceno, el temible Ferraú, al que encuentra junto a un río. Está el caballero tratando depescar su yelmo, que se le ha caído al agua cuando intentaba refrescarse.
Angélica, sin pensárselo dos veces, se dirige a él y le suplica la proteja contra el odiado Rinaldo, que no tarda en aparecer. Mientras los dos caballeros se lanzan el uno contra el otro con gran estrépito de armas y dan principio a un inacabable combate, el caballo de Angélica se la lleva de nuevo, veloz como el viento, através del enmarañado bosque.
Cansados al fin de tanto pelear y viendo que, por lo igualado de sus fuerzas, ninguno de ellos se destacaba como vencedor, cesaron los contendientes de golpearse. Aprovechó Rinaldo la pausa y con persuasivo tono habló así a su contrincante:
—¿A qué proseguir este inútil combate, cuando el premio del mismo, nuestra adorada Angélica, ha desaparecido y quién sabe sivolveremos a dar con ella? Nada ganaremos con proseguir nuestro duelo. Busquémosla y, cuando la hayamos encontrado, su voluntad o nuestras fuerzas decidirán cuál de nosotros ha de ser su dueño.
Pareció bien este discurso a Ferraú, el cual no solo consintió la tregua de buen grado sino que, cortésmente, invitó a Rinaldo a compartir su montura para buscar juntos a la esquiva doncella. Llegados a unpunto en que el camino se dividía en dos, acordaron separarse y seguir cada cual la senda que en suertes le tocara. Así fue como Ferraú se alejó por la senda de la derecha y Rinaldo por la de la izquierda.
¿Y la pobre Angélica? Galopa sin parar un día entero con su noche y aun toda la mañana siguiente, hasta que alcanza un fresco prado entre dos arroyuelos. Allí, sintiéndose segura y libre de susperseguidores, se apea de su caballo y lo suelta para que descanse y paste. Medio oculta entre matas de jazmines y rosas, la doncella se duerme, rendida por la fatigosa cabalgada.
Al poco rato la despertó un suspiro que partía de un cercano arbusto. Angélica se incorporó, alarmada, y descubrió entre el follaje a un descomunal guerrero de largos bigotes que, tendido cuan largo era sobre el césped,...
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