Esteban se contentó con mover la cabeza. Se hallaba en aquel momento otra vez junto a la boca de la mina, en aquella habitación enorme, barrida por las corrientes de aire. Aun cuando se tenía por valiente, en aquel instante le apretaba la garganta una emoción desagradable, entre el rodar de los vagones, los golpes sordos del martillo de señales, los gritos ahogados de la bocina, y frente almovimiento continuo de aquellos cables que desenvolvían y arrollaban con velocidad vertiginosa las bobinas de la máquina. Y las jaulas subían y bajaban silenciosamente, tragando hombres y más hombres, que desaparecían en la oscuridad del pozo. Había llegado su turno; tenía frío, y guardaba un silencio nervioso, del cual se burlaban Zacarías y Levaque, porque ninguno de los dos, y especialmente elsegundo, ofendido de que no le hubieran consultado, aprobaba la admisión de aquel desconocido. Catalina, en cambio, se sentía satisfecha al ver que su padre iba explicando al joven cada una de las cosas que había que hacer. -Mire: debajo de la jaula hay unos paracaídas, unas especies de ganchos de hierro que se clavan en las guías en caso de rotura. Los ganchos no funcionan muy a menudo,afortunadamente... Sí; el pozo está dividido en tres compartimentos cerrados con tablas de arriba abajo; por el de en medio van las jaulas, y en los de los lados están las escalas de salvamento... El minero se interrumpió para refunfuñar, aunque procurando no levantar mucho la voz. -¿Qué demonios estamos haciendo aquí? ¡Maldita sea!... ¿Es justo tenernos aquí muertos de frío? El capataz Richomme, que iba abajar también, con la linterna sujeta con un gancho al cuero de su chaqueta de trabajo, le oyó quejarse. -¡Ten cuidado, que las paredes oyen! -murmuró paternalmente, como buen minero viejo, que no ha dejado de ser compañero de los trabajadores-. De algún modo se ha de hacer la maniobra... Vamos, ya está; embarca a tu gente. En efecto; la jaula, guarnecida con tiras de lona y con una red de pequeñasmallas, les esperaba. Maheu, Levaque, Zacarías y Catalina, se colocaron en una de las carretillas del fondo; y como debían ir cinco personas, Esteban entró también; pero los sitios mejores estaban cogidos, y tuvo que embutirse al lado de la joven, la cual le clavaba uno de los codos en el vientre. La linterna le estorbaba, y le aconsejaron que la colgara de un ojal de la chaqueta; pero como no loentendió, tuvo la torpeza de seguir con ella en la mano. El embarque continuaba encima y debajo de ellos, como si la jaula fuese un vagón para conducir ganado. Pero, ¿por qué no se ponían en movimiento? ¿Qué pasaba? Estaba impaciente desde hacía largo rato. De pronto se sintió una gran sacudida, y bruscamente todo quedó sumido en tinieblas, mientras que él experimentaba ese vértigo lleno de ansiedadde las caídas, que parecía arrancarle las entrañas. Esto duró mientras veía alguna claridad; pero cuando la oscuridad fue completa al internarse en el pozo, quedó aturdido y sin la percepción clara de sus sensaciones. -Ya echamos a andar -dijo tranquilamente Maheu. Todos estaban como en su casa. Él, en cambio, ignoraba por momentos si subía o bajaba. Creía estar inmóvil, cuando la jaula bajabaderecha, sin tocar a las guías; otras veces se producían bruscas trepidaciones; los maderos crujían de un modo que le hacían temer una catástrofe. Además, no podía distinguir las paredes del pozo, a través de la rejilla de la jaula, a pesar de que pegaba la cara a ella. Las linternas iluminaban apenas el montón de personas que iban con él. únicamente en el departamento contiguo brillaba como unaestrella la luz del farol del capataz. -Éste tiene cuatro metros de diámetro - decía Maheu para instruirle-. Buena falta hacía que arreglaran de nuevo el revestimiento, porque se filtra el agua por todas partes... Mire, ahora llegamos al nivel; ¿lo oye? Precisamente Esteban se preguntaba en aquel instante qué ruido sería aquel que parecía el de un torrente. Primero habían sonado unas cuantas gotas...
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