Gregor y la profecia del gris
INDICE
ARGUMENTO 2
ARGUMENTO
Gregor tiene once años y vive en Nueva York. Su existencia no es muy distinta a la de cualquier chico de su edad. Sin embargo, el destino le tiene reservada una sorpresa. De repente, el pequeño mundo de Gregor desaparece. En las Tierras Bajas, una extraña sociedad, en la que conviven seres humanos con murciélagos y cucarachas, se encuentraamenazada por las ratas y la llegada de Gregor no parece casual. Una antigua profecía que habla de un guerrero hará que Gregor ponga a prueba su valor.
Para mi madre y mi padre
Capitulo primero
gregor llevaba tanto tiempo con la cabeza apoyada en la malla del mosquitero que notaba como si tuviera impreso en la frente una multitud de cuadritos. Se tocó losbultitos con los dedos y resistió el impulso de dejar escapar el grito primitivo del hombre de las cavernas. En su pecho crecía por momentos ese largo aullido gutural reservado para las auténticas emergencias, tales como toparse desarmado con un tigre furioso o que se apagara el fuego en plena Edad del Hielo. Llegó incluso a abrir la boca para respirar hondo, pero se contentó con golpear lacabeza contra el mosquitero con un débil quejido de frustración. «Agghh».
¿De qué servía gritar? No cambiaría nada. Ni el calor, ni el aburrimiento, ni el interminable verano que se extendía ante él.
Pensó en despertar a Boots, su hermanita de dos años, sólo para distraerse un poco, pero la dejó dormir. Por lo menos ella estaba fresquita en la habitación con aire acondicionado que compartía conLizzie, su hermana de siete años, y con su abuela. Era la única habitación con aire acondicionado del apartamento. En las noches más calurosas, Gregor y su madre extendían colchas en el suelo para dormir, pero con cinco personas en la habitación, la temperatura ya no era fresca, sino sólo tibia.
Gregor sacó un cubito de hielo del congelador y se lo pasó por la cara. Miró al patio y vio un perrovagabundo olisqueando un cubo de basura lleno hasta rebosar. El animal apoyó las patas en el borde y volcó el contenedor, esparciendo la basura por toda la acera. Gregor tuvo entonces tiempo de ver dos sombras que se alejaban corriendo a toda velocidad junto a la pared e hizo una mueca. Ratas. Nunca terminaba de acostumbrarse a ellas.
Exceptuando las ratas, el patio estaba desierto. Normalmentese encontraba lleno de niños jugando a la pelota, saltando a la cuerda o columpiándose. Pero por la mañana había pasado el autobús del campamento, llevándose con él a todos los niños con edades comprendidas entre los cuatro y los catorce años. Todos menos uno.
—Lo siento, cariño, pero no puedes ir —le había dicho su madre hacía unas semanas. Y era cierto que lo sentía, Gregor lo había visto en laexpresión de su rostro—. Alguien tiene que cuidar de Boots mientras yo estoy trabajando y los dos sabemos que tu abuela ya no puede hacerlo.
Claro que lo sabía. Durante aquel último año, su abuela había estado entrando y saliendo de la realidad. En un momento estaba tan lúcida como una persona joven y, de repente, se ponía a llamarlo Simón. ¿Quién era ese Simón? Gregor no tenía ni la menoridea.
Hace algunos años todo habría sido diferente. Por aquel entonces su madre sólo trabajaba media jornada, y su padre, que era profesor de Ciencias en un instituto, estaba de vacaciones todo el verano. Él se habría ocupado de Boots. Pero desde que su padre había desaparecido una noche, el papel de Gregor en la familia había cambiado. Era el mayor, por lo que habian recaído sobre él muchasresponsabilidades. Cuidar de sus hermanas pequeñas era una de ellas.
De modo que Gregor se había limitado a contestar: «No pasa nada, mamá, de todas maneras, el campamento es para niños pequeños». Se había encogido de hombros para hacer ver que, a sus once años, el campamento ya no le interesaba nada. Pero sólo había conseguido que su madre se entristeciera más.
«¿Quieres que se quede Lizzie en...
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