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Todas las mañanas tomás el tren o algún otro medio de transporte para llegar a la ciudad de Buenos Aires.
Más allá de ser algo completamente rutinario algunos viajes se tornan diferentes, resaltanentre los demás, existe algo que hace que mirés distinto, dejas de leer esa revista, libro o apunte, haces a un lado el marcador y el lápiz y prestás atención a lo que sucede alrededor.
Entre lostantos vendedores que pasan con sus cajas, canastas, carros al grito de – ¡Hay Coca, hay Coca! ¡Chipa, chipa, hay chipa!, ¡Pepsi, Seven Up! – el murmullo de la gente, el eterno silbido de la locomotora;entre medio de todos esos ruidos, a lo lejos, desde el otro vagón escuchás lo diferente a todo lo típico; un sonido que llena de tranquilidad, como si la naturaleza estuviera hablando; a la vez creacuriosidad y se va acercando cada vez más, lo sentís cada vez más fuerte… se trata de los instrumentos propios del interior, de los pueblos originarios del Norte Argentino, los que resuenan en losoídos de todos los pasajeros, en los tuyos.
Esta música ofrece calma para los oídos, para las mentes colmadas de preocupaciones y complicaciones, muestra la simpleza de la forma de vida que a loshabitantes del suelo argentino nos es tan propia pero desconocemos, desvalorizamos, entre tantas otras cosas.
Un hombre que toca la quena al tiempo que canta las canciones del Litoral, cuenta ser norteñooriundo de Salta de edad adulta pero que no te atrevés a estimar, sus rasgos faciales están constituidos por su exagerada tez morena, su cara arrugada y su pelo negro largo atado con una cinta blanca.No está solamente allí para ganarse el pan como tantos otros “pasando la gorra” sino que su razón de estar allí trasciende cualquier motivo económico de subsistencia, pretende que reflexionés. Lagran pregunta que se hace, que hace a los que lo escuchan y a los que no, a vos, a todos… ¿qué le pasa al argentino?
Ya desconcertado a causa de esa música poco habitual para la cotidianeidad del...