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Adelaida Sueiro C.
Derramaré mi espíritu sobre toda carne:
sus hijos e hijas profetizarán,
sus ancianos soñarán sueños,
sus jóvenes verán visiones.
También sobre siervos y siervas
derramaré mi espíritu (Joel 3,1-2)
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Acercarnos a la tradición profética en la Biblia nos descubre la palabra de Dios como primera yprincipal protagonista, no sólo del profetismo sino de la gesta salvadora y liberadora de Dios. Ella, la palabra, no sólo hace del profeta un interlocutor de Dios sino que es, en el decir y hacer del profeta, la fuerza recreadora de vida y hacedora de historia. Es más, en su misterio de encarnación, Dios mismo pone su morada en la historia (Jn 1,14), se encarna en Jesús de Nazaret, a quien sus discípulosllamaban con cariño maestro, para anunciar el reino de Dios como Buena Noticia para los pobres, los enfermos, los excluidos del sistema, y desde ellos conducir a la humanidad toda a la plenitud de la vida, realidad a la que, en nuestro lenguaje simbólico, llamamos vida eterna, cielo, casa del Padre.
Estos hombres y mujeres, escogidos por Dios para ser mensajeros de su palabra, son miembros de unpueblo, ellas y ellos están insertos y comprometidos con su historia. El profetismo pone también delante de nuestros ojos y oídos la vida misma: las alegrías y los anhelos, los sufrimientos y angustias de un pueblo que ha puesto en la promesa de Dios su esperanza. A su vez, Dios ha puesto en ese pueblo pequeño y pobre la confianza de que será sal y luz de la historia, profeta de las naciones (Jr1,5). La palabra profética alcanza dimensión universal porque es coherente y verdadera en su aquí y ahora.
Sin querer caer en paralelismos fáciles, los maestros y maestras de nuestra realidad conocen también los sueños y desvelos de sus pueblos y, la mayoría de las veces, los viven en carne propia. Como todo cristiano o cristiana, estamos llamados a dejarnos invadir por la fuerza del Espíritu deDios que da vida y despierta la esperanza. Nuestra condición de educadores no nos hace una elite privilegiada del conocimiento, sino que nos pone en el corazón del pueblo, ahí donde la vida late día a día.
El desafío para nuestra reflexión como educadores –encargados de introducir al mundo del conocimiento de la realidad y de la sabiduría de la vida– está en preguntarnos cómo hacer de laexperiencia profética una experiencia colectiva. Estamos frente a una dinámica en que maestros y discípulos se enseñan y aprenden mutuamente a caminar en la historia; abiertos a la palabra de Dios que se deja escuchar en los hechos cotidianos de la vida de los más pequeños, a los cuales, con tanta frecuencia, la sociedad margina y excluye. Se deja escuchar también en los grandes hechos de la historia denuestros pueblos, algunas veces cargados de dolor y lágrimas. ¿Cómo aprender y enseñar a discernir en la realidad los signos de los tiempos para descubrir en ellos la presencia de Dios, su palabra creadora de vida que nos plantea interrogantes, urgencias y nos abre horizontes de futuro?
1. Profetas fieles a Dios, a su pueblo y a la humanidad
a. Una realidad de pobreza inhumana, injusta yexcluyente
La realidad de nuestro continente está marcada por una profunda desigualdad en la que la pobreza inhumana e injusta1 hace aún más crueles la exclusión y el desprecio a la diferencia de raza, género, cultura, lengua, condición económica, social y geográfica… y aun de religión.
La pobreza es causa fundamental de la desigual calidad educativa que encontramos en los proyectos que se implementanen nuestros países. En los estudios y estadísticas sobre la realidad salta a la vista no sólo la marginación de las zonas rurales, sino la desigualdad en el acceso a la educación que sufren las mujeres, sobre todo las que viven en el campo. En la otra cara de esta realidad, el acceso a los niveles más altos de conocimiento es un privilegio de los que tienen los medios económicos para acceder a...
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