guerra en el baldio
en
el
Baldío
Ricardo
Garibay
I
A
las
tres
en
punto
empezó
la
batalla.
Acababan
de
comer,
sentían
pesadas
las
piernas,
y
al
Manís
le
dolía
el
estómago.
-‐
Al
Manís
le
duele
el
estómago,
no
puede
peliar.
-‐
Tonces que
vigile
el
arsenal.
Durante
la
mañana
habían
preparado
y
revisado
los
arsenales:
rifles,
pistolas,
algunos
palos
de
escoba,
una
cuarta,
un
lazo
de
tendedero,
varias
tapas
de
olas,
montones
de
pedazos
de
tierra
chiclosa
de
zanjas vecinas.
Los
Blancos,
que
también
se
llamaban
Tigres
de
Dientes
de
Sable,
tenían
a
los
dos
Rodríguez:
Ángel
y
Jorge.
Los
Negros,
que
también
se
llamaban
Hambrientos
Lobos,
tenían
a
Beto,
al
que
podrían
canjear
hasta
por
dos
combatientes caídos
prisioneros.
Por
eso
jugaba
Beto.
Beto
tenía
veinte
años.
Dijo
Gonzalo:
-‐
Tú,
Gregorio,
llévate
a
tu
hermanito,
ni
sirve,
nomás
estorba.
-‐
Sí
sidbo
–
protestó
el
hermanito
de
Gregorio,
de
nombre
Yeyo.
-‐
Es
muy
necio
–
dijo Gregorio.
Luego
Gonzalo
dio
órdenes
precisas:
-‐
Tú
Chiquis,
te
agarras
al
Chiquis
–
se
refería
al
otro
Chiquis,
al
gemelo.
-‐
Yo
con
ése
no.
-‐
Oh
chipotes,
entonces
no
juegas,
Chiquis.
-‐
Bueno
sí
–
aceptó
Chiquis.
-‐
El
menso
del
Beto
que
se
quede
aquí
por
si
hay
prisioneros.
-‐
¡Yo
contra
Ángel!
–
rugía
Ricardo.
-‐
¡Oyes
Gonzalo,
oyes
Gonzalo!
–
gritaba
la
Borola.
-‐
Que
la
Borola
se
quede
en
la
retaguardia
pa
cuidar
al
Beto.
-‐
¡Yaaa!
¿Quién
trajo
al
Beto?
–
rezongó
la
Borola.
-‐
¡Ora
ya,
si
no
va
a
salir
mi
má
y
me
tengo
quir.
En
el
otro
bando,
Jorge
Rodríguez
–
puños
costrosos,
torvas
miradas
–
hablaba
entre
dientes:
-‐
No
hay
que hacer
prisioneros,
porque
tenemos
que
dárselos
por
el
Beto
y
luego
que
hacemos
con
el
Beto.
Mejor
a
puro
darles
en
la
madre.
Tú
Chiquis,
dame
tu
bici.
-‐
¡La
bici
es
para
mí!
-‐
¡Oyes
Chiquis
no
empieces!
-‐
¡Yo
contra Ricardo!
–
Ángel
rugía.
-‐
Abusados
con
Gonzalo,
acuérdense
de
su
cuarta.
Cuando
yo
toque
el
silbato…
-‐
No
vayan
a
tirar
contra
mi
casa,
Jorge
diles
que
no
vayan
a
tirar
contra
mi
casa.
De
la
trinchera
frontera
salió
un feroz
apremio:
-‐
Qué
pasóoooo.
Se
hizo
silencio
total
en
el
baldío.
Duró
treinta
segundos.
Se
oían
cuchicheos,
por
eso
era
total
el
silencio,
y
se
asomaban
las
cabezas
greñudas,
rubias,
negras,
pardas,
pajizas,
unos
centímetros
por
los...
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