Gustos son gustos
Autor: Gustavo Roldán
A
hí estaban el yuchán y el jacarandá, el quebracho colorado y el chañar, las palmeras y el mistol, y el lapacho, esa fiesta de flores rosadas.
Todos los árboles eran grandes y hermosos, pero el algarrobo parecía una guitarra llena de
colores y música porque ahí cantaban los pájaros. La sombra del algarrobo, tan grande, alcanzaba para todos los bichos, y las vainas amarillas
colgando de las ramas y desparramadas por el suelo eran hilos de sol y dulzura. Y ahí estaba el río de aguas marrones, el río del color de la tierra, ese río al que no se podía
mirar sin pensar que hay cosas que nunca comienzan y nunca se acaban.
Y al lado del río, a la sombra del algarrobo, estaban el mono y el coatí, el quirquincho y el oso hormiguero, el pequeño tapir y la corzuela y la iguana, y mil animales más. También estaba el
ñandú. Y el piojo que vivía en la cabeza del ñandú.
Entonces el grito los sorprendió a todos. Desde la pluma más alta de la cabeza del ñandú el piojo estaba largando un sapucay que tenía
revoloteando a los pájaros y hacía caer algarrobas a puñados.
Siete minutos duró el grito, y fue el sapucai más largo que se hubiera escuchado por esos pagos. Y se hizo tan famoso que ese paraje que se llamaba El Monte de las Víboras, fue
conocido desde entonces como El Monte del Sapucay del Piojo.Los pájaros se posaron otra vez en las ramas, las algarrobas dejaron de caer, y el piojo, después de respirar hondo, pudo
decir:
¡Volvió don sapo! ¡Ahí llega don sapo!
Todos los animales corrieron a recibirlo. ¡Cómo le fue, don sapo! ¡Qué tal el viaje! ¡Cómo hizo, don sapo, cómo hizo! ¿Queda muy
lejos? ¿Es cierto que hay mucha gente? ¡Cuente, don sapo, cuente! ¿Es grande Buenos Aires?
Despacito y por las piedras…que ya parecen porteños por lo apurados. Es que estamos curiosos desde que nos enteramos que se había ido a Buenos Airesdijo el
coatí. ¿Cómo hizo, don sapo? ...
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