Habitación Winehouse

Habitación Winehouse

Los había observado un par de veces en el Directorio, aquel excéntrico bar frente a la Plaza San Martín donde nos reuníamos con algunos colegas miserables de los tiemposuniversitarios, la lucha revolucionaria por la reivindicación campesina y otras fantasías de huevoncitos clase media que nada teníamos que perder y, en cambio, sí mucho por experimentar. A ella le calculédiecisiete; a él diecinueve con la ligera sospecha de que, en realidad, fuesen veintiuno. Se llamaban Lorena y Joaquín, respectivamente, y ambos formaban una pareja de ensueño que no disfrutaba desdefinales de los noventas, cuando todavía imitaba la apariencia de las estrellas de rock y no aparecía en mí esta calvicie de fraile, este vientre henchido sólo clasificable entre silueta depaquidermos.
Convencer a ese par de jóvenes estudiantes de sociología me costó un derroche extenso acerca de la posmodernidad y lo relativo que se manifestaba el sexo y el placer en nuestros tiempos. Paracerrar el trato, sazoné mis argumentos con la promesa de entregarles al final de la experiencia un cheque equivalente al ochenta por ciento de mi sueldo de funcionario de Naciones Unidas. Una horadespués, Lorena y Joaquín se hallaban sentados en el hall de mi habitación, angustiados, nerviosos, con el semblante de dos criaturas adorables que se extraviaron en la tormenta. Por un rato imaginé quedirían: ¿Sabe qué, Mr. Tony? Se acabó el jueguito, nos marchamos.
Pero no. No lo harían. La razón era tan proporcional a su juventud que les impedía despreciar cinco mil dólares a cambio de un par dehoras de –digámoslo de algún modo– “traviesa diversión”.
* ¡Listo! dije en tono alegre mientras terminaba de acomodar el trípode La cámara ya está grabando. ¿Preparados?
* Un poco dijeron ellos,frotándose las manos.
La cámara, enfocando desde abajo, se hallaba a un metro de distancia, de manera tal que registraba un primer plano de Lorena y Joaquín que iba desde el abdomen hacia...