HACERSE HOMBRE Para Claudia y Florencia. Ahora sé que mi pasión por la literatura de viajes y aventuras no habría podido florecer si aquella calurosa mañana de 1898 Vicente, sin más provisiones queun mendrugo y una bota de vino, no se hubiera animado a cruzar los Pirineos. Exhausto y famélico, bajo una lluvia pertinaz que lo acompañó durante tres días y sus noches, acortó la distancia que loseparaba de Burdeos y abordó el Cordillera, con proa al Río de la Plata. Sexto de seis hermanos, el benjamín de la familia fue espoleado por su madre para alejarse de la tierra de sangre y lágrimas queera la España de finales del XIX, que ya la había despojado de Felipe, uno de sus hijos, caído en la guerra de Cuba. En alta mar, peregrino en un barco que transportaba más ratas que hombres, sin otrodilema que no fuera la ansiedad que le marcaba aquel páramo de agua y sol, Vicente Iriarte soñaba con un trabajo, una mujer, una porción de tierra y en desgranar la felicidad de los días porcompartir. Sobre cubierta, por la mañana temprano o al atardecer, se entretenía imaginando la vida que iba a vivir, mirando los reflejos dorados del sol jugueteando entre la espuma de las singladuras. Lamadrugada del 11 de septiembre de 1898 el Cordillera tocó puerto y Vicente descendió del barco. Azorado y feliz, se llenó los pulmones con un aire rancio y desconocido, besó el suelo argentino y sintió quedescubría y fundaba la nueva tierra: Buenos Aires, dura madre adoptiva entrada en carnes, cosmopolita, prodigiosa y brutal. En el muelle lo esperaron María y José, como si fuera la pareja de Beléntransmutada en sus hermanos mayores. El destino le señaló un pueblito perdido en el interior de la provincia, a orillas del río Salado.
Vicente tenía el pelo amarillo, la nariz recta y los ojosazules. Ostentaba la reciedumbre de los pastores de Aezkoa pero albergaba en su pecho el corazón de un niño. Esgrimía la picardía de la palabra justa para el momento justo y hacía uso diario de la risa,...
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