Hacker
Alejo Carpentier
Digitalizado por kamparina para Biblioteca-irc en Enero de 2.004
http://biblioteca.d2g.com
El rastro moría al pie de un árbol. Cierto era que había un fuerte olor
a negro en el aire, cada vez que la brisa levantaba las moscas que
trabajaban en oquedades de frutas podridas. Pero el perro —nunca le
habían llamado sino Perro— estaba cansado. Se revoleóentre las
yerbas para desrizarse el lomo y aflojar los músculos. Muy lejos, los
gritos de los de la cuadrilla se perdían en el atardecer. Seguía oliendo
a negro. Tal vez el cimarrón estaba escondido arriba, en alguna
parte, a horcajadas sobre una rama, escuchando con los ojos. Sin
embargo, Perro no pensaba ya en la batida. Había otro olor ahí, en la
tierra vestida de bejuqueras que un próximoroce borraría tal vez
para siempre. Olor a hembra. Olor que Perro se prendía,
retorciéndose patas arriba, riendo por el colmillo, para llevarlo encima
y poder alargar una lengua demasiado corta hacia el hueco que
separaba sus omoplatos. Las sombras se hacían más húmedas. Perro
se volteó, cayendo sobre sus patas. Las campanas del ingenio,
volando despacio, le enderezaron las orejas. En elvalle, la neblina y
el humo eran una misma inmovilidad azulosa, sobre la que flotaban
cada vez más siluetas, una chimenea de ladrillos, un techo de
grandes aleros, la torre de la iglesia, y las luces que parecían
encenderse en el fondo de un lago. Perro tenía hambre. Pero hacia
allá, había olor a hembra. A veces lo envolvía aún el olor a negro.
Pero el olor de su propio celo, llamado por elolor de otro celo, se
imponía a todos los demás. Las patas traseras de Perro se espigaron,
haciéndole alargar el cuello. Su vientre se hundía, al pie del costillar,
en el ritmo de un jadeo corto y ansioso. Las frutas, demasiado llenas
de sol, caían aquí y allá, con un ruido mojado, esparciendo, a ras del
suelo, efluvios de pulpas tibias.
Perro se echó a correr hacia el monte, con la colagacha, como
perseguido por la tralla del mayoral, contrariando su propio sentido
de orientación. Pero olía a hembra. Su hocico seguía una estela
sinuosa que a veces volvía sobre sí misma, abandonaba el sendero,
se intensificaba en las espinas de un aromo, se perdía en las hojas
demasiado agriadas por la fermentación, y renacía, con inesperada
fuerza, sobre un poco de tierra, recién barrida poruna cola. De
pronto, Perro se desvió de la pista invisible, del hilo que se torcía y
destorcía, para arrojarse sobre un hurón. Con dos sacudidas, que
sonaron a castañuela en un guante, le quebró la columna vertebral,
arrojándolo contra un tronco... Pero se detuvo de súbito, dejando una
pata en suspenso. Unos ladridos, muy lejanos, descendían de la
montaña.
No eran los de la jauría delingenio. El acento era distinto, mucho
más áspero y desgarrado, salido del fondo del gaznate, enronquecido
por fauces potentes. En alguna parte se libraba una batalla de
machos que no llevaban, como Perro, un collar con púas de cobre con
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una placa numerada. Ante esas voces desconocidas, mucho másalubonadas que todo lo que hasta entonces había oído, Perro tuvo
miedo. Echó a correr en sentido inverso, hasta que las plantas se
pintaron de luna. Ya no olía a hembra. Olía a negro. Y ahí estaba el
negro, en efecto, con su calzón rayado, boca abajo, dormido. Perro
estuvo por lanzarse sobre él siguiendo una consigna lanzada de
madrugada, en medio de un gran revuelo de látigos, allá dondehabía
calderos y literas de paja. Pero arriba, no se sabía dónde, proseguía
la pelea de los machos. Al lado del cimarrón quedaban huesos de
costillas roídas. Perro se acercó lentamente, con las orejas
desconfiadas, decidido a arrebatar a las hormigas algún sabor de
carne. Además aquellos otros perros de un ladrar tan feroz, lo
asustaban. Más valía permanecer, por ahora, al lado del hombre. Y...
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