Halley

Páginas: 304 (75777 palabras) Publicado: 11 de julio de 2012
24 de agosto de 1704


El impacto de una bala de cañón de a veinticuatro libras es como introducir una mano en el vientre abierto de un lobo moribundo: mientras experimentas el calor de las vísceras aún húmedas, caes en la cuenta de que cuando el animal se revuelva por última vez, de la dentellada no te libra nadie.
Blas de Lezo bajó la cabeza y vio que parte de su pierna izquierdahabía sido arrancada de cuajo. Sintió el calor y sintió la dentellada. Y deseó que el infierno cayera sobre el malnacido inglés cuya mano había encendido la mecha del cañón que lanzó la bala.
Allí, sobre la cubierta del Foudroyant, con sólo quince años de edad y vistiendo el uniforme de guardiamarina de la armada francesa, supo que si el pánico no le dominaba ahora, para siempre con él estaríala ira. El espanto, la locura y el arrojo inabarcable.
Y eso hizo. Apretó los labios, dejó caer en cubierta el sable que empuñaba en la mano derecha y ahogó un grito que ahogaba todos los gritos futuros. Él era Lezo y Lezo no aullaría jamás. No como un perro inglés. No como aquellos a los que habían estado cañoneando durante toda la jornada.
–¡Lezo! ¡Tu pierna! –gritó uno de losguardiamarinas franceses que se hallaba cerca de Lezo.
La mañana se había levantado descubriendo un horizonte de repleto de velas inglesas y holandesas. Parte de flota del almirante George Rooke que unos días antes había conquistado Gibraltar, costeó hacia levante tras saber de la presencia de navíos franceses en las inmediaciones. Cuando los encontró, se hallaba frente a Málaga. Y no dudó enhacerles frente. Porque allí y entre aquellas gentes, nadie parecía dudar nada.
–¡Seguid disparando! –ordenó Lezo, como toda respuesta, a los artilleros del cañón que estaba bajo su mando–. ¡Vamos, hatajo de gandules borrachos!
–Lezo... Tu pierna...
Y lo cierto era que la pierna de Lezo, lo que quedaba de ella, presentaba un aspecto lamentable. El pie había desaparecido por completo y latibia y el peroné estaban fracturados más o menos por la mitad. El dolor que sentía Lezo debía ser insoportable. Pero Lezo no se amilanó. Había decidido no aullar como una puta inglesa y no lo haría. Él no. Él no ahora.
–¡Un cabo! –gritó al guardiamarina francés. Parecía más una orden que una petición–: Vamos, no te quedes mirando y alcánzame un cabo. Necesito hacerme un torniquete.
Elguardiamarina francés, uno o dos años más joven que el propio Lezo, fue en busca de lo que se le pedía. Cuando regresó, halló a Lezo dando órdenes con absoluta serenidad:
–Quitad esos cuerpos de ahí. ¿Tengo que decirlo yo, tarados malolientes? Los muertos no luchan. Sólo entorpecen.
–El cabo... –dijo, pálido ante la visión de los huesos de Lezo, el guardiamarina francés.
Lezo lo tomóy, con él en la mano, se dejó caer en cubierta fuera del área de trabajo de los artilleros. Allí, luchando denodadamente por no chillar, por no abrir la boca ni morderse la lengua, rodeó su pierna con la cuerda y completó el torniquete. No era la primera vez que hacía uno. Cierto que no a sí mismo, pero, en esencia, no existía ninguna diferencia. Un torniquete es un torniquete. Lo que haces cuandono quieres morir desangrado y no hay tiempo para una intervención médica en toda regla.
Entonces, entre el intenso dolor y la tentación de comenzar a experimentar lástima de sí mismo y de su mala fortuna, Lezo vio, frente a sí, a la muerte. Vestía como una fulana pordiosera, flaca y desdentada, y a buen seguro venía de pasarse por la entrepierna a los veintidós mil hombres de Rooke, Rookeincluido.
–Hoy es tu día –le dijo a Lezo en inglés.
Lezo la miró y miró el charco de sangre que había dejado en torno a sí.
–Este torniquete aguantará –le respondió.
La muerte inspeccionó el trabajo que Lezo había hecho en su propia pierna y, con desdén, farfulló:
–No te salvará, querido. Esta noche te recogeré en mis brazos.
En ese momento, Lezo experimentó un mareo...
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