hamlet

Páginas: 11 (2628 palabras) Publicado: 3 de octubre de 2014
La primera vez que mi madre me llevó a la escuela, la mañana era calurosa y polvorienta. Yo tenía guardapolvo blanco, sandalias de cuero negro y un mundo de ilusiones. Pensé que al fin se me abrirían las puertas de ese establecimiento misterioso y temido, del cual me hablaron tanto mis compañeros de juego. «Los profesores sacan los conocimientos hasta por los bolsillos», me dijeron. «Les faltaun pelo para ser bibliotecas andantes y dejar de ser mortales de sangre y hueso».
En el trayecto, cuya distancia entre la casa de mis abuelos y la escuela se podía ganar en un minuto a vuelo de pájaro, recuerdo que mi madre me apretaba la mano como si me fuese a reventar los dedos. Ella caminaba redoblando los pasos y yo casi flotando a un palmo del suelo.
Al llegar a la plaza del pueblo, a pocode vencer un laberinto de callejones, mi madre se plantó de súbito, levantó el brazo y, enseñándome un letrero, dijo: «Ésta será tu escuela. Se llama Jaime Mendoza». Miré el letrero con el rabillo del ojo y sentí escalofríos, pues sabía que en esta escuela, de paredes húmedas y pupitres desvencijados, se castigaba a los desobedientes y se premiaba a los inteligentes.
Cuando entramos a la escuela,mi madre desapareció en la sala de profesores, mientras yo la aguardaba en el patio, sentado en un rincón, escuchando voces que estallaban a mi alrededor y trepando con la mirada por las paredes grisáceas.
Al toque de campana, los niños rompieron el bullicio y formaron en columnas de a dos. Yo permanecí en aquel rincón, sin moverme ni hablar, hasta que escuché la voz de mi madre, quien me tomóde la mano y me condujo hacia donde estaban los compañeros de mi clase. «Éste es mi hijo», le dijo a la profesora, con una sonrisa amplia. La profesora no contestó, se limitó a bañarme con una mirada fría y a esbozar un rictus de tedio y mal humor.
Al cabo de ocupar mi puesto en la fila, me entraron ganas de llorar a gritos; pero como sabía que los hombres no deben llorar, y menos en la escuela,me mantuve con las manos empuñadas y los dientes apretados. Mi madre se arrimó sobre mi hombro y, acercando sus tibios labios a mi oreja, dijo: «Tienes que respetar a tu profesora como a tu segunda madre». Luego depositó un beso en mi frente, se volvió y se marchó. La perseguí con la mirada y, antes de que desapareciera detrás de la puerta, sentí ganas de orinarme; mas me inhibí al oír al portero,cuya voz de mando se sobreponía a la algarabía de los niños y los redobles de la campana.
A las nueve de la mañana, dos niños, de cabezas rapadas y zapatos lustrosos como sus caras, izaron la bandera en un mástil herrumbroso. Entonamos el Himno Nacional deformando «el hado» en «helado» y «propicio» en «prepucio». Al final del acto, el director habló de cosas que no entendí; sus palabras eran tandifíciles y abstractas como las del Himno Nacional.
Después entramos en el aula, nos sentamos en los pupitres de dos en dos. La profesora leyó nuestros nombres en orden alfabético y, al llegar al mío, me miró a los ojos y preguntó: «¿Tú te llamas Víctor o Luis?». «Víctor», contesté con voz quebrada. Ella levantó el bolígrafo a la altura de su nariz ganchuda y tachó mi nombre como haciéndomedesaparecer del mapa. Se plantó frente a nosotros, mirándonos uno por uno, y advirtió: «En esta clase está prohibido hablar, jugar y preguntar».
Por la tarde, apenas oí el portazo que me sacudió como si el golpe lo hubiese recibido yo, la profesora apretó una tiza entre los dedos y exclamó: «Hoy les presentaré a una señora redonda y con cola. Se llama “a”». Y, mientras la representaba gráficamente enla pizarra, agregó: «Ésta es la primera letra de nuestro abecedario…».
Al día siguiente no quise volver a la escuela. Preferí jugar con mi auto de latas y carretas de hilo, pero como mi madre me amenazó con llevarme de la oreja, no tuve más remedio que alistar mis útiles y asearme el cuerpo, ya que la profesora tenía la manía de revisar las orejas, los calcetines, las uñas y el pañuelo. A...
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