Hay unos tipos abajo.

Páginas: 65 (16101 palabras) Publicado: 4 de diciembre de 2014
1
Pablo dejó la bolsa del mercado en el piso, abrió la puerta deledificio, la aguantó con la rodilla y cuando estaba por entrar lo detuvieronunos bocinazos y gritos que se acercaban:
—Argentina, Argentina.El alboroto impresionaba como una larga caravana, pero eran sólotres autos que venían bajando por la calle Paraguay, con muchachas ymuchachos asomándose por las ventanillas y agitandobanderas. Cuandopasaron frente al edificio, una rubiecita de voz ronca echó medio cuerpoafuera, estiró los brazos hacia Pablo y le lanzó un beso:
—Argentina campeón del mundo, mi amor.Pablo los miró irse sin hacer un gesto.En la esquina, una pareja de ancianos que paseaba un perro sedetuvo y los saludó con las manos en alto. Al perro le habían atado unacinta celeste y blanca alrededor del cogote. Losautos doblaron y los gritos ylos bocinazos se perdieron por la avenida Leandro Alem. Sobre el puerto,viniendo desde el río, a muy baja altura, apareció un helicóptero y avanzóhacia la ciudad.Los dos ancianos reanudaron la marcha y al pasar junto a Pablo lesonrieron cómplices. Pablo les contestó con una mueca y entró.Subió en el ascensor hasta el tercer piso y al meter la llave en lacerradura oyó quedetrás de él se levantaba la mirilla del departamento desu vecina Carmen. Evitó darse vuelta para no tener que iniciar unaconversación. Vio, en el suelo, un papel doblado que habían deslizado pordebajo de la puerta y lo levantó. Era un mensaje de Ana: "Pasé tres veces.La primera a las diez de la mañana. La segunda al mediodía. Ahora son lasdos de la tarde. Te estuve llamando todo el tiempo.¿Dónde te metiste?".
El tono imperativo de la nota lo molestó.
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—¿Qué pasa con esta mujer? ¿Me controla los horarios? —dijo en
voz alta mientras dejaba la bolsa sobre la mesa.
Estrujó la hoja en el puño hasta convertirla en un bollo, la arrojó alaire y la pateó con fuerza hacia un rincón. La pelotita rebotó en la pared ycayó dentro del cesto de los papeles.
—Gol —dijo satisfecho.De todos modos, loprimero que hizo fue intentar llamar a Ana. Peroel teléfono, igual que por la mañana, seguía sin tono. Golpeó la horquillacon furia, varias veces, y colgó.Llevó los comestibles a la cocina, guardó la carne en la heladera,destapó una botella de vino tinto y se sirvió. Se acomodó en el sillón y abrióel diario en la sección deportes. Leyó primero un comentario de Pelé sobreel partido que Italia yBrasil jugarían esa tarde por el tercer puesto. El restode la sección estaba dedicada a la final del día siguiente, entre Argentina yHolanda: la Selección Nacional había cumplido otra jornada de trabajo en suconcentración de José C. Paz, había varios jugadores afectados de anginas,el director técnico César Luis Menotti analizaba el funcionamiento y ladinámica del equipo rival. Una nota titulada "Elboom de la bandera"registraba la extraordinaria venta de banderas argentinas en las últimassemanas. Los comerciantes, sorprendidos y faltos de stock, habían tenidoque acelerar el aprovisionamiento. Un proveedor declaraba: "Con elMundial, el argentinismo es un virus que prendió fuerte".Pablo dejó el diario y pensó en la nota que le habían encargado en larevista sobre la transformación de la ciudaden el último mes. Semana asemana había visto cómo se iba produciendo ese cambio. La gente, eufórica,se había lanzado a las calles cada vez que la selección ganaba un partido.En su nota debería dedicarles un párrafo a la presencia y al entusiasmo delas mujeres. Un fenómeno nuevo. Con el Mundial se habían vuelto expertasen fútbol y participaban a la par de los hombres. La explosión mayor sehabíaproducido hacía cuatro días, al clasificarse Argentina finalista con lavictoria por 6 a 0 sobre Perú. Después del partido también él había andadopor la avenida 9 de Julio y las cercanías del Obelisco. Alrededor del Obeliscoera donde derivaban siempre los festejos y se prolongaban hasta lamadrugada. Una ciudad de fiesta, caravanas de coches embanderados,bocinas, trompetas, bares llenos y gente...
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