Herejía Anselm Audley
ANSELM AUDLEY
Herejía
Trilogía de Aquasilva I
minotauro
Título original: Heresy Book One of The Aquasilva Trilogy
Diseño de la sobrecubierta: Enrique Iborra
Ilustración: Steve Stone
Primera edición: mayo de 2004
© Anselm Audley, 2001 © de la traducción, Martín Arias, 2004 © de la ilustración, SteveStone © Ediciones Minotauro, 2004 Avda. Diagonal, 662-664, 6.' planta. 08034 Barcelona
ISBN: 84-450-7503-9 Depósito legal: B. 18.691-2004
Todos los derechos reservados
Impreso en A&M Gráfic, S.L
Impreso en España
Printed in Spain
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AGRADECIMIENTOS
Ecribir Aquasilva ha sido una empresa de largo aliento, y debo agradecer a todos los que me ayudaron a culminarla en sus diversas etapas y han evitado que enloqueciese en el intento: mis padres y mi hermana Eloise; el doctor Garstin, Naomi Harries, Gent Koço, Polly Mackwood, Olly Marshall, John Morrice, John Roe, TimShephard y Poppy Thomas. Mi agradecimiento especial a James Hale, el mejor agente que uno podría desear.
PRIMERA PARTE
LA TRAVESÍA
CAPÍTULO I
¡Hierro! ¡Hierro!
El grito atravesó el bosque desde el gentío hacia el que cabalgaba, junto al acceso a las minas de piedras preciosas. Las avesposadas en las ramas de los cedros lanzaron estridentes chillidos y alzaron el vuelo. Apuré a los caballos; las ruedas del carro dispersaban a mi paso finas nubes de polvo. Luego tiré de las riendas y detuve el carro donde el camino hacia un abrupto recodo rodeando un árbol.
Frente a mi, los árboles dejaban paso a la hierba, que se extendía por la pendiente de las colinas. A la derecha estaba, consus torres de vigilancia desiertas, el muro de piedra que marcaba la entrada a las minas de piedras preciosas. Alcancé a ver un corrillo de gente en la entrada, donde los portales estaban totalmente abiertos. ¿Qué estaban haciendo allí? ¿Había sucedido un accidente? ¿Seria un motín? Era lo único que faltaba.
Me reconocieron mientras disminuía la marcha del carro en los yermos terrenos que rodean alas minas. Detuve el carro a pocos metros de ellos.
Un hombre de elevada estatura, uno de los pocos que vestían ropas propiamente dichas y no las túnicas de los trabajadores, se abrió paso entre la multitud y se acercó a mi con expresión de gran entusiasmo. No era, por tanto, ni un motín ni un accidente.
-Vizconde Cathan, es una suerte que hayas llegado; quizá Ranthas te acompañe.
Llevaba unabarba muy pequeña y su aceitoso cabello estaba cubierto de polvo. Tenía el rostro flaco y demacrado, con los ojos hundidos pero brillantes como los de los demás.
-¿Qué significa toda esta conmoción, Maal? -le pregunté-.
¿Qué cosa tan extraordinaria ha sucedido que justifique interrumpir el trabajo cuando el buque puede llegar al puerto de un momento a otro?
De un momento a otro, siempre y cuandola tormenta coriolis que agitaba el océano se disipase pronto. Era la segunda en el mes, y el buque ya venía con demora.
-¡Amo, hemos encontrado hierro! ¡El sacerdote de Ranthas que ofreció cooperar con nosotros en nuestras labores mineras ha descubierto un inmenso depósito de mineral de hierro!
En principio casi me resistí a creerle. ¿Hierro? ¿Habíamos estado durante todos estos duros mesestrabajando sobre uno de los yacimientos más valiosos sin tener idea de ello? El hierro escaseaba en Aquasilva; las islas flotantes sencillamente no conseguían cantidades suficientes de ese mineral para cubrir la demanda de las fundiciones de acero y, en definitiva, de los ejércitos del continente. Después de la madera combustible y sus derivados, el hierro era el más cotizado de los materiales...
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