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Páginas: 5 (1075 palabras) Publicado: 2 de mayo de 2013
uá jamás ha podido darse cuenta de cuándo comenzó todo, yaunque ha tenido durante años la extraña sensación de que su martiriova a terminar por fin mañana en la mañana, cuando el reloj de SanBartolomé dé las diez y Agobardo Potes haga quejar por última vez lascampanas, hoy ha vuelto a adoptar la misma posición que lo hizo unlugar maldito en donde la vida apenas se palpó en la asistencia a misadeonce los domingos y la muerte se midió por las hileras de cruces enel cementerio. Quizás tampoco vaya a tener conciencia exacta de lo queva a vivir, porque lleva tantos días y tantas noches acercándose cadavez más al final que mañana, cuando se produzca oficialmente lamuerte de su angustia, volverá a sentir por sus calles, por susentrañas, el mismo terror que sintió la noche del veintidós deoctubrede mil novecientos cuarenta y nueve, al oír los cinco balazos queacabaron con la vida de don Rosendo Zapata y le notificaron que los
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muertos que habían estado encontrando todas las mañanas en lascalles, sin papeles de identificación y sin más seña de tortura que untiro en la nuca, eran también de Tuluá y no de las montañas y veredas,comoinútilmente habían querido mostrarlo. Fue el primer muertooficial, como el de mañana será el último, y aun cuando muchos hanquerido mostrarlo como el del comienzo de este transitar incierto deTuluá, sus gentes saben muy bien que no es así porque la noción demuerte que ha llenado sus casas empezó antes de que el nueve de abrilla chusma liberal colgara de las cuerdas del campanario a Martín Mejía,quemarael teatro Ángel, saqueara la ferretería de don Lucio yrepartiera en el parque Boyacá las cincuenta y seis cajas deaguardiente que había en el estanco. Martín Mejía fue el único muertode ese día y el único muerto conservador de muchos meses. Aunque jamás se metió en política y la -única vez que supieron de suconservatismo fue el día que llegó Ospina Pérez y él prestó su carronegro para entrarlodesde Los Chancos hasta el parque; Tuluá no pudoolvidar en ese día que él era quien desde hacia doce años veniavendiéndoles con recargo cereales, abarrotes y paños. Por eso quizás locolgaron del campanario y le vaciaron íntegramente su cadena dealmacenes. Pero si ese nueve de abril, Tuluá sintió terror y vio arder lascasas y esquinas que más le significaban en su historia de ciudadantigua, no lotomó en serio, y una semana después construyó, porcolecta, un mausoleo especial para Martín Mejía y contrató arquitectospara que las esquinas tradicionales volvieran a ser lo que habían sidopor siglos. De ese viernes nueve de abril, Tuluá no quiso grabarseningún acto de depravación ni las caras de quienes encabezaban laturba, pero si elogió y convirtió en una leyenda la descabellada acciónde LeónMaria Lozano cuando se opuso, con tres hombres armados concarabinas sin munición, un taco de dinamita que llevaba en la mano yuna noción de poder que nunca más la volvió a perder, a que la turbaincendiara el colegio de los salesianos e hiciera con los curas lo mismoque en las otras ciudades y poblados hicieron ese día: que los colgarande sus partes nobles, les echaran candela a sus sotanas o loshiciesensalir desnudos por las calles. León Maria Lozano, vendedor de quesosen la galería, lo impidió. Nadie, ni siquiera él, llegó a saber nunca cómofue capaz de atajar la turba, y si Tuluá y él se preciaron por muchotiempo de esa acción, fue más bien por el resultado obtenido encomparación con las otras partes donde alcanzó a hacer efectos larebelión frustrada, y no por lo que en si ella significócomo acciónvalerosa y dramática.
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La turba había llegado hasta la esquina de misiá Mercedes Sarmiento.Allí había hecho la última parada antes de decidirse a atacar el colegio.Cuando llegó a ese punto, ya no era la escuálida fila india dedesarrapados que había quemado muy a la una y media de la tarde,apenas si media hora después de que la radio...
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