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Páginas: 26 (6440 palabras)
Publicado: 3 de noviembre de 2013
Corfú
Había caído el verano sobre la isla como si ante ella se hubieran abierto las puertas de un gran horno. Ni siquiera a la sombra de los olivos se estaba fresco, y el griterío continuo y penetrante de las cigarras parecía crecer en intensidad e insistencia con cada mediodía azul y caluroso. Encogíase el agua de charcas y acequias, y ellodo de sus orillas, rizado y agrietado por el sol, adquiría formas de rompecabezas. El mar estaba quieto y terso como un fardo de seda, y las aguas bajas ya no refrescaban de puro caldeadas; para eso había que salir en barca hasta aguas profundas –tú y tu reflejo lo único en movimiento- y tirarse por la borda. Era como zambullirse en el cielo.
Era la época de las mariposas diurnas y nocturnas. Dedía en las laderas de los montes, de donde el sol implacable parecía haber extraído hasta la última gota de humedad, se veía a los grandes y lánguidos papilios, vagabundeando con elegante aleteo de matorral en matorral; las fritilarias, de un color naranja tan fiero y encendido como el de un ascua, que revoloteaban veloces y eficientes de flor en flor; las blancas de la -col;
Las amarillasColias croceus, y las limoneras, amarillo limón y anaranjado, que bordoneaban de acá para allá hespéridos, cual peludos avioncitos pardos, y en las lajas brillantes de yeso se posaban las almirantes rojas, estridentes como bisutería barata, abriendo y cerrando las alas como si se estuvieran muriendo de calor. De noche en cada lámpara se convertía en una pobladísima metrópolis de mariposas nocturnas, yen el techo las rosadas salamanquesas de ojos grandes y pies aplastados se atiborraban hasta que casi no se podían mover. L as esfinges de la adelfa, verde y plata, llegaban zumbando de un improvisto, no se sabía de dónde, y en amoroso frenesí se precipitaban contra la bombilla, con tanta fuerza que rompían el cristal. Las mariposas de la muerte, moteadas de negro y miel, con la macabracalavera y las tibias cruzadas bordadas sobre la pelusilla del tórax, bajaban cruzadas bordadas por la chimenea y aleteaban temblorosas en la rejilla, emitiendo chirridos y ratón.
Monte arriba, donde el sol tostaba los matorrales de brezo, circulaban las tortugas, los lagartos y las culebras, y las mantis colgaban entre las hojas verdes del arrayan, columpiándose lentas y malignas. Las primerashoras de de la tarde eran las mejores para estudiar la fauna del monte, pero eran también las mas las más calurosas. El sol te tatuaba el cráneo, y bajo las sandalias la tierra calcinaba era una parrilla al rojo. Widdle y Puke le tenía miedo al sol y nunca me acompañaban a esas horas, pero Roger, estudioso infatigable de la historia natural, iba siempre conmigo, jadeando vigorosamente y deglutiendola abundante saliva y grandes tragos.
Corrimos muchas aventuras juntos. Aquella vez, por ejemplo, que contemplamos extasiados a dos erizos que, borrachos como cubas por las uvas caídas y semi fermentadas que había comido al pie de las viñas, correteaban el círculo y se tiraban belicosas tarascadas, con acompañamiento de agudos chillidos y hipidos. O aquella otra vez que vimos como un zorrito,rojo cual hoja en otoño, descubrirá su primera tortuga entre el brezo. La tortuga, con esa flema que les es propia, se replegó en la concha, hermética como un maletín. Pero el zorro había visto un movimiento, y, con las orejas tiesas, la rodeo cautelosamente. Luego, como era todavía un cachorrito, lanzo un manotazo rápido a la concha y reculo, esperando contestación. Después se echo y estuvo variosminutos examinando a la tortuga, con la cabeza entre las patas. Finalmente se adelanto con mucho tiento y, tras varios intentos fallidos, logro coger a la tortuga en la boca y, con la cabeza muy alta, se fue trotando orgulloso por el brezal. En aquellos montes vimos salir a las tortuguitas de sus huevos que parecían de papel, secas y apergaminadas como si nacieran ya milenarias, como si...
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