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Pablo d’Ors
Biografía del silencio
Breve ensayo
sobre meditación
Biblioteca de Ensayo 54 (serie menor)
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A la memoria de María Luisa Führer, mi madre.
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El deseo de luz produce luz.
Hay verdadero deseo cuando hay esfuerzo de atención.
Es realmente la luz lo que sedesea cuando cualquier otro
móvil está ausente.
Aunque los esfuerzos de atención fuesen durante años
aparentemente estériles,
un día, una luz exactamente proporcional a esos esfuerzos
inundará el alma.
Cada esfuerzo añade un poco más de oro
a un tesoro que nada en el mundo puede sustraer.
Simone Weil
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Comencé a sentarme a meditar en silencio y
quietud por mi cuentay riesgo, sin nadie que me
diera algunas nociones básicas o que me acompaña
ra en el proceso. La simplicidad del método –sen
tarse, respirar, acallar los pensamientos…– y, sobre
todo, la simplicidad de su pretensión –reconciliar
al hombre con lo que es– me sedujeron desde el
principio. Como soy de temperamento tenaz, me he
mantenido fiel durante varios años a esta disciplina
de,sencillamente, sentarse y recogerse; y enseguida
comprendí que se trataba de aceptar con buen ta
lante lo que viniera, fuera lo que fuese.
Durante los primeros meses meditaba mal, muy
mal; tener la espalda recta y las rodillas dobladas no
me resultaba nada fácil y, por si esto fuera poco, res
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piraba con cierta agitación. Me daba perfectacuen
ta de que eso de sentarse sin hacer nada más era
algo tan ajeno a mi formación y experiencia como,
por contradictorio que parezca, connatural a lo que
en el fondo yo era. Sin embargo, había algo muy
poderoso que tiraba de mí: la intuición de que el
camino de la meditación silenciosa me conduciría
al encuentro conmigo mismo tanto o más que la
literatura, a la que siempre he sido muyaficionado.
Para bien o para mal, desde mi más temprana
adolescencia he sido alguien muy interesado en pro
fundizar en mi propia identidad. Por eso he sido
un ávido lector. Por eso cursé filosofía y teología
en mi juventud. El peligro de una inclinación de
este género es, por supuesto, el egocentrismo; pero
gracias al sentarse, respirar y nada más, comencé a
percatarme de que esta tendenciapodía erradicar
se no ya por la vía de la lucha y la renuncia, como se
me había enseñado en la tradición cristiana, a la que
pertenezco, sino por la del ri ículo y la extenuación.
d
Porque todo egocentrismo, también el mío, llevado
a su extremo más radical, muestra su ridiculez e in
viabilidad. De pronto, gracias a la meditación, inclu
so el narcisismo mostraba un lado positivo: graciasa él, podía perseverar yo en la práctica del silencio
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y de la quietud. Y es que hasta para el progreso es
piritual es preciso tener una buena imagen de uno
mismo.
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Durante el primer año, estuve muy inquieto
cuando me sentaba a meditar: me dolían las dorsa
les, el pecho, las piernas… A decir verdad, me do
lía casi todo.Pronto me di cuenta, sin embargo, de
que prácticamente no había un instante en que no
me doliera alguna parte del cuerpo; era solo que
cuando me sentaba a meditar me hacía consciente
de ese dolor. Tomé entonces el hábito de formular
me algunas preguntas tales como: ¿qué me duele?,
¿cómo me duele? Y, mientras me preguntaba esto e
intentaba responderme, lo cierto era que el dolor
desaparecía o,sencillamente, cambiaba de lugar.
No tardé en extraer de esto una conclusión: la pura
observación es transformadora; como diría Simone
Weil –a quien empecé a leer en aquella época–, no
hay arma más eficaz que la atención.
La inquietud mental, que fue lo que percibí jus
to después de las molestias físicas, no fue para mí
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una batalla...
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