HISTORIA DE FRANK Y LILLIAN GILBRETH
Por Frank Gilbreth
Hace unos 30 años, Frank Gilbreth y su hermana Ernestine deleitaron al mundo con Cheaper by the Dozen (“Mas barato por docena”), que fue un éxito de librería. La obra, festivo relato de la niñez y formación de los autores en el seno de una nutrida familiar, destacaba el carácter inquietode su padre, quien predicaba que la eficiencia lo era todo. En este libro prosigue la crónica de la bulliciosa familia Gilbreth, pero poniendo de relieve a su tierna y cariñosa madre, Lillie, quien, cuando llego la tragedia, demostró una fortaleza enorme.
Aduras penas hubiera podido hallarse candidato más idóneo para el oficio que heredo Lillie Gilbreth. De joven, siempre pensó que iba a quedar desolterona, y, como su familia era acaudalada, jamás le paso por la imaginación que un día tendría que luchare a brazo partido para ganarse la vida en un mundo regido por hombres… al mismo tiempo que, con esos escasos recursos, criaba a 12 hijos.
Aun en los primeros tiempos que de ella recuerdo (poco antes de la Primera Guerra Mundial, cuando yo tenía cuatro o cinco años y ya ella andaba porlos 40), Lillie no estaba preparada para la tarea que más tarde le tocaría en suerte. No sabía cocinar, jamás había lavado ropa, entendía muy poco de coser o tejer y jamás había manejado sola la casa. Todas esas funciones mundanas las desempeñaba un puñado de sirvientes. Más, cualquier lavadora, estufa o refrigerador que hoy sale de los talleres de montaje lleva el sello de sus investigaciones.Tan tímida era, que no le interesaba presentarse en público. A veces mi rechoncho y fogoso padre, Frank, se le acercaba y le oprimía la mano y hasta aquella pequeña atención en presencia de sus hijos la hacía ruborizarse y sonreír con cierto sentimiento de embarazo. Sin embargo, llego a convertirse en una oradora excelente y a recorrer año tras 150.000 kilometro para dar conferencias por todo elmundo. A pesar de que en su diario escribió que sus facciones eran totalmente ordinarias, a mi me parecería muy hermosa, y todavía hoy, cuando miro sus fotos y trato de juzgarlas con imparcialidad, considero que mi apreciación se acercaba mas a la realidad que la suya.
Tenia el cabello Castaño rojizo y lo llevaba cogido en un moño en lo alto de la cabeza; si se lo soltaba, le caía hasta la cintura.Sus ojos, de un azul verdoso, brillaban como pocos. Era ágil, delgada (exceptuando, claro, las veces en que esperaba familia), algo alta, y mantenía siempre la cabeza erguida y los hombros hacia atrás.
Con nosotros los niños era muy bondadosa, y por ningún motivo nos levantaba la voz ni nos zarandeaba, pellizcaba o sacudía. Tanto mas de alabar es esto cuanto que éramos muy capaces de acabarcon la paciencia de un santo.
Los vecinos nos creían insufribles. En cierta ocasión dos de ellos se hallaban conversando, y uno alcanzo a ver que salía humo de una ventana nuestra.
-¡Santo Dios!- exclamo- ¡Se está incendiando la casa de la familia Gilbreth! Hay que llamar a los bomberos.
-¿Cómo?- rezongo el otro- ¿Y exponernos a que lo apaguen? ¿Estás loco?.
En realidad no había talincendio. El humo procedía del polvo de magnesio que usaba mi padre para tomar fotografías en interiores. Ningún mortal osaba emplear aquel polvo en mayor profusión que el, y a veces las tremendas explosiones rompían alguna ventana o arrancaban grandes trozos de argamasa del cielo raso. Bastaba con que mi padre quitara la tapa del lente a la cámara fotográfica, para que los perros y gatos de lafamilia corrieran a esconderse, los niños comenzaran a berrear y los mayorcitos a protegerse instintivamente la cabeza de los escombros volantes.
A veces la fatiga de educar a una familia tan números sobrepasaba la capacidad de mi madre. Entonces le temblaban los hombros y, oculta la cara con un pañuelo, corría a refugiarse en su habitación; cazábamos a oír sus sollozos, mal reprimido....
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