Historia De Sherezada
Cayó la tarde y volvió Schariar al harén, como siempre. Y, como
siempre, lo esperaba Sherezada. Vestida de rojo esta vez y sentada
junto a un inmenso jarrón de bronce. Una vasija panzona pero de
cuello fino, brillante, tallada con mucho arte y sellada con un tapón
de cera. Y, aunque posiblemente contenía aceite, o vino, o bálsamo de
laIndia, Sherezada le dijo al rey, sonriéndole con los ojos, que lo
que en verdad contenía era un cuento.
-Fue por codiciar unos jarrones muy parecidos a éste que descubrieron
la Ciudad de Bronce -dijo.
Mientras hablaba, pasaba los dedos por las molduras en forma de ramas
que adornaban las asas.
Luego Schariar y Sherezada se sentaron y comieron delicados manjares,
como siempre,en especial un pan de pasas y nueces que los dos
encontraron delicioso. Y se amaron, como cada noche, sobre el gran
lecho.
Pero, cuando Shariar soltó de su abrazo a Sherezada, ahí estaba
Doniazada, acurrucada junto al jarrón y exigiéndole a Sherezada el
comienzo del cuento.
Se hizo el silencio entonces, y Sherezada empezó.
Fue por el capricho de un rey que se llevó a cabo laexpedición a la
prodigiosa Ciudad de Bronce, porque muchas veces los cuentos empiezan
por un capricho. Y no un rey cualquiera sino el califa de Damasco la
Bella, la ciudad de las flores y de las frutas y de las aguas dulces.
Alguien le habló de ciertos vasos, jarrones como éste que tenemos
aquí delante, en los que habitaban demonios transformados en humo por
alguna maldición antigua. Yél se encaprichó. Quiso a toda costa que
le trajeran uno.
El visir trató de hacerlo entrar en razones.
-Es sólo un cuento, señor -le dijo-. Nadie sabe dónde buscar los
jarrones que aparecen en los cuentos.
Pero los deseos de los reyes son muy fuertes, y los visires son
incapaces de resistirse a ellos.
De manera que comenzaron las averiguaciones y las consultas y las
idas yvueltas de los mensajeros. Y, cuando quedó establecido que -
según las versiones más corrientes de la historia- los dichosos
jarrones flotaban en mar del Maghreb, se le encomendó la tarea de
pescar uno al emir Muza, que era el gobernador de la zona.
Muza no se podía negar a un pedido del califa de Damasco, de manera
que respondió "¡Escucho y obedezco!" y mandó llamar de inmediato aljeique Abdossamad para pedir su consejo.
Abdossamad era viejísimo, tenía una fama tan larga como su barba, y,
además, no había hombre en el mundo que hubiese viajado tanto y
conversado con gente de tantos pueblos diferentes.
-¿Dónde puedo encontrar uno de estos jarrones, viejo amigo? -le
preguntó Muza en cuanto lo tuvo delante.
-Es difícil saber dónde con exactitud, emir -respondióel viejo
pasándose los dedos por la barba-. Pero en todo caso tiene que ser en
los alrededores de la Ciudad de Bronce.
Cuando el emir Muza quiso saber si eso era cerca o lejos, el viejo
respondió:
-Tan lejos es y tan difícil es llegar al sitio que te harán falta dos
años y una caravana de dos mil camellos, mil cargados de víveres y
mil cargados de agua dulce porque en el desiertoque hay que
atravesar no quedan pozos ni cisternas, se han secado todos hace
mucho tiempo, y tampoco hay pueblos ni ciudades, ni animales ni seres
vivos, sino sólo efrits y genios espantosos.
Las palabras de Abdossamad no eran para animar a nadie, pero animaron
sin embargo al emir Muza. Y esto debido no tanto a su decisión de
responder al pedido del califa sino más bien a ciertoespíritu de
aventura que llevaba enterrado y escondido desde siempre adentro de
su pecho.
-¿Me acompañarías en la expedición, viejo? -le preguntó al jeique.
Y el jeique Abdossamad dijo que estaba dispuesto a acompañarlo porque
también él, aunque viejo, apreciaba las emociones y los misterios.
De manera que una semana después, una vez que todo estuvo preparado,
y que Muza...
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