Historia Del Antro
Llegó a aquel antro una fría noche de noviembre. Llovía y en la calle no había más vida que aquella que poseen las gotas al morir en el duro asfalto, cosiendo con agua la suave luz de las farolas y los cristales de los coches. Ella iba empapada, tan solo una fina camisa blanca cubría su piel por encima de las rodillas, dejándole poco lugar a la imaginación, resentida entelequia.Caminaba descalza en un manto de gris oscuro, con el pelo suelto sobre los hombros y la mirada extraviada.
Y aquel antro de proterva muerte estaba abierto, como cada noche, abierto al jadeo más perro del hombre. Su rojo neón jugaba con la bruma, incitándola a acercarse, retándola a una partida de sexo; y la bruma, obediente… acudía.
Pero a la joven que llegaba empapada no le interesaba el rojo, ni losjuegos. Buscaba huir, dejar atrás un pasado que nosotros desconocemos, y había llegado a aquel extremo en el que se retracta todo aquello que antes se señalaba con el dedo ¿Vender su cuerpo? ¿Cómo puede? Qué desfachatez, yo nunca sería capaz de una cosa así.
¿Sabéis qué? Ella decía lo mismo.
Abrió la puerta. Cuando ésta se cerró, dejó fuera el incesante sonido de la lluvia y el últimovestigio de dignidad que le quedaba.
El vestíbulo estaba teñido de sombras apagadas y humo rojo. Al fondo, tiradas como
colillas aplastadas, estaban las putas. Sonreían desde sus cojines con los labios manchados de carmín, los ojos h nchados y el pelo suelto; falsas, pero no mentirosas, desempeñaban su pantomima con una maestría teatral. Le dedicaban a cada cliente una mirada de deseo envilecida derímel, curvando los labios en una sonrisa pícara con la misma naturalidad que utilizaban para respirar. Algunas fumaban o le daban pequeños sorbos a sus copas de Gin-tonic, otras rodeaban con sus largas piernas las cinturas de los ansiosos clientes, que pagaban generosas cifras por un poco de juego antes de subir a las habitaciones.
Sea como sea todos se quedaron mirando con curiosidad a aquellajoven que llegó empapada, cubierta únicamente por una camisa blanca que se le pegaba a la piel como un manto de plumas. Se perdieron en sus ojos lacerados, que atravesaban con frialdad todo cuanto veían, y se encontraron un poco más abajo, deseando aquel vientre liso que desembocaba en una cadera tierna y delicada. La primera en reaccionar fue una mujer ya entrada en años, que devolvió a lasprostitutas a su trabajo de un gesto seco, se acercó a la recién llegada y cogiéndola por el mentón con sus ásperos dedos, la estudió minuciosamente. Ésta se estremeció al primer contacto, pero luego su cuerpo se relajó y afrontó la mirada de la mujer con falsa indiferencia.
Sin mediar palabra, la mujer dio media vuelta y subió las escaleras; la joven la siguió, silenciosa, dejando tras de sí unreguero de agua.
Avanzaron en silencio por un eterno pasillo. Las puertas se cerraban a cada esquina, un laberinto de risas que se perdían tras las paredes como telarañas. Ella cerraba los ojos con el eco de cada portazo, de cada golpe, abandonándose lentamente a la única salida que le quedaba: aquella luz ahogada que venía del fondo del pasillo.
Llegaron a la habitación de él, un habitáculosombrío de paredes roídas, colores polvorientos y muebles que con esfuerzo soportaban libros clásicos haciendo crujir sus viejos huesos de pino. Había una cama desecha en un rincón, velada por un mullido sillón tapizado en granate, varias prendas de ropa esparcidas por el suelo y una lámpara ennegrecida. El aire era denso allí dentro y hacía frío; olía a tabaco, colonia y alcohol, y la humedad loenvolvía todo como el abrazo de la niebla un día de Londres.
—¿Quién es?— preguntó una voz ronca.
—Una chica nueva.
Hubo un largo silencio
—Hazla pasar.
La mujer la cogió del brazo pero la joven se soltó con rabia y entró en la habitación por su propio pie. Cerró los ojos con fuerza al sentir el portazo a sus espaldas y cuando la mujer hubo desaparecido, respiró hondo, intentando calmarse....
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