historia del cusco

Leah Rogstad
Español 101
Irma Valeriano
9 de octubre de 2012

Un viaje a San Jeronimo, el quechua, y un cambio en perspectiva

Pasé tres mases en Cusco, Perú enseñando ingles, y en ese tiempo, aprendí mas de lo que podría escribir. Un acontecimiento, sin embargo, me afectó profundamente. Durante las clases, uno de mis estudiantes de inglés, Pablo, siempre me contaba historias de uncentro para la gente de mayor edad y finalmente, un día me invitó a ir con él al centro para conocer a la gente autóctona. Al principio, yo estaba vacilante en ir- nunca había ido fuera de la ciudad sola. Para mí, la cuidad había sido extraña cuando llegué- los taxis zumbaban por las carreteras sin atención a los peatones, las viejas me acosaban con sus brazadas de chompas y silbatos, y yo apenaspodía comunicarme en castellano con los vendedores. A veces, era demasiado para mí; me sentía sola y confundida en este ambiente en el que faltaba no solo la comida familiar y baños con papel higiénico, sino también el apoyo firme de mi familia. Sin embargo, con cado día me acostumbraba a la cultura cusqueña y empezaba a adoptar su estilo de vida. Decidí que si podía acostumbrar a Cusco, tambiénpodía sobrevivir una experiencia fuera de la ciudad, y por eso, acepté la invitación.
Un día después de las clases, encontré a Pablo en la Plaza de Armas, el centro de turismo y cultura en Cusco. Unas familias estadounidenses posaban con una niña vestida con la ropa tradicional andina mientras un enjambre de vendedores trataba de venderme todo- desde boletos del tren hasta Machu Picchu a masajes ymanicures- cualquier cosa para ganar un poco dinero. Después de escapar de las sonrisas y promesas convincentes de los vendedores, nos embarcamos en nuestro viaje en una combi que nos llevó al barrio de San Jeronimo, treinta minutos fuera de la cuidad. Mientras el combi iba por las carreteras, parando de repente para recoger a un alumno de una esquina, a el mundo turístico desapareció y el mundoperuano se develó. Bajamos al mercado municipal del barrio, donde los niños corrían por las piernas de sus madres mientras ellas negociaban el precio del zapallo con un vendedor de Cusco. Yo era la única gringa y muchos niños me miraban fijamente con ojos de curiosidad. Pasamos por un parque donde dos abuelos discutían la política de Perú y un grupo de alumnas chismorreaba y se reía tontamente.Al final, llegamos al centro de gente de la mayor edad, básicamente una sala con bastante espacio para caber treinta sillas plásticas. Cuando entré, mis ojos estaban sorprendidos de ver a casi cuarenta viejos abarrotados en el espacio escuchando al líder, un ministro. Me senté y trató de entender el sermón, pero no podía porque estaba en quechua. Pablo me explicó que la población anciana casisiempre solo sabía quechua, pero muchos de los jóvenes no habían aprendido el idioma. En consecuencia, había una brecha entre las dos generaciones- no podían entenderse cada una, y por eso, no tenían relaciones fuertes.
Miraba a los ancianos mientras ellos escuchaban el sermón. Los ojos parecían distantes como si fuera cansado de la vida. La mayoría de las mujeres tenían espaldas nudosas a causa delos sacos de la mercancía que habían llevado desde que tenían diez años. Las muñecas estaban delgadas y débiles como un palillo, y los hombres se masajeaban las rodillas para aliviar el dolor. A pesar de las dolencias, apenas el ministro les ordenó que se levantaran, los viejos saltaron a sus pies con agrado y empezaron a parlotear. Dos minutos después, parecían como coches herrumbrados yagotados, y ahora, estaban mas como las alumnas de mareos las que yo había visto en el parque. Atrás de las arrugas profundas, espaldas dobladas, y ojos cansados había niños con entusiasmo por la vida.
El ministro les demostró como estirarse para aliviar el dolor y los ancianos trataban de seguir, levantando los brazos arriba de la cabeza y contando hasta cinco en quechua. También les mostró cómo...