historia
De Josefina Pla
para MECO y NENUCHA
El micro aquel recogía siempre los últimos pasajeros del mediodía; tal cual demorada compradora del mercado; empleados y, empleadas que se rezagaban aprovechando los minutos últimos antes del cierre de las tiendas para comprar algo, porque no disponían de otra hora. Y este pasaje llenaba el micro siempre de paquetes y de bultos. Atados en losregazos, entre las piernas; canastos y bolsones desbocados en los pasillos. Como consecuencia, rezongos, protestas, un va y viene de indirectas malignas que el chofer capeaba inclinándose más aplicadamente sobre el volante, y el guarda mirando a lo lejos a través del parabrisas. Nadie iba a remediar nada. El vehículo no tenía depósito trasero ni portabultos. Y aquellas mujeres no iban a volver asus casas a pie, tan lejos, no?...
Pero ese lunes mediodía alguien se había pasado de la raya. Aquel canasto excedía las máximas dimensiones de la paciencia. Un canasto enorme, sin asas, hondo, con las orillas deshechas, desnudas las puntas de mimbre verticales y agresivas, sueltas las cañuelas heridoras, ocupaba la entrada. Dentro, un paquete de yerba, unas sábanas no muy limpias, un ponchoviejo, dos o tres bolsas de arpillera. Y una incongruente, huérfana lechuga.
Colocado allí estratégicamente, al borde del escalón, todo el mundo tropezaba con él al entrar o al salir. Los que subían se despellejaban las espinillas; a los que bajaban, quedábasele enganchado siempre algo: el manto, un paraguas, el borde del pantalón o la orilla de la pollera, en aquellos mimbres puestos allí comoadrede. Alguien se dejó enganchada la lechuga aquella. Y una señorita muy paqueta había bajado unas cuadras atrás con las medias a la miseria. Culpa de ella, solamente, desde luego. Ponerse media fina para andar en micro. Mejor ponerse para pasear por un caraguatal.
Todo el mundo rezongaba y maldecía del canasto. Pero saltaba a la vista; aquel era el único sitio en donde podía ir. La dueña, repantigadaen un asiento cerca del fondo, cerraba los párpados, arrugados como los de un lagarto viejo, y callaba, como si tuviese tanto que ver con aquel canasto como con las tripas del chofer.
...Una cuadra, diez, veinte. El casco urbano quedaba ya atrás. Unos pasajeros bajaban y otros subían: pero eran ya más los que bajaban. El pasaje se había renovado varias veces; la dueña del canasto, negruzca,sebosa e inmóvil continuaba sin embargo su trayecto, y el canasto seguía en su lugar.
El micro llevaba ya varias cuadras sin alzar pasajero alguno. El sol golpeaba el asfalto con un estallido de luz casi sólida. Los plátanos nuevos junto a los cercos saludaban al vehículo al pasar con sus paletas de metal bruñido. El chofer se limpiaba con la manga la frente rezumante, mientras el guarda, flacucho yde rostro picudo, sentado en el asiento más cercano a la estribera, se recostaba en el respaldo y se rascaba la planta del pie en el borde del canasto. El micro aumentaba su velocidad: volaba. Los pasajeros callaban; tanto, que la dueña del canasto se arriesgó a abrir los arrugados ojos de lagarto. Más cuadras sin pasaje. Por fin allá lejos alguien agitó una mano. Paró el micro. Subió primero unchico con un canastito, y tras él una mujer con una criatura de pecho en brazos. El guarda se comidió a tender una mano para ayudarla a subir. Aunque no vieja, la mujer parecía muy cansada. Temerosa del avanzar, ya en marcha de nuevo el micro, la mujer se dejó caer en el asiento delantero. El chico se había sentado ya al otro lado del pasillo, el canastito sobre las rodillas.
El micro recuperabasu velocidad, ahora rebotando un poco, porque se había terminado el asfalto. La mujer se desprendió un poco el manto negro, se abrió la blusa del vestido floreado y desteñido, y sin curarse de la lúbrica mirada del guarda, entregó al hambre de la criatura -una criatura morenucha pero singularmente rolliza y sana- un pezón oscuro y como inflamado, rematando un seno parecido a una orcita de barro....
Regístrate para leer el documento completo.