historia
yacía
sentado
en
su
trono,
pensativo,
dubitativo.
Ése
lugar
donde
durante
muchos
años
él
había
sido
el
artífice de
destrucción
y
muerte.
Su
trono
era
imponente,
se
alzaba
como
frontera
impenetrable
un
respaldo
forrado
con
tela
roja,
polvorienta
y
dañada
por
el
inexorable
paso
del
tiempo,
una
serpiente
dorada
y
fúnebre
rodeaba
y
adornaba
tan
lúgubre
aposento.
En
él
descansaba
la
humanidad
o
lo
que
quedaba
de
ella
de
un
ser,
el
ser, la
criatura
o
como
se
le
había
denominado
desde
hace
tiempo
‘El
príncipe
de
las
tinieblas’.
Su
nombre
había
sido
susurrado
por
innumerables
generaciones
y
en
los
lugares
más
sagrados
del
mundo
pero
ahora
ése
nombre estaba
perdido
en
las
neblinas
del
tiempo,
agazapado
en
un
rincón
de
la
historia
ya
que
sí
fuera
recordado
el
nombre
del
cual
fue
venerado
en
el
pasado
ahora
sería
maldecido
hasta
por
la
última
alma
sobre
la
faz de
la
tierra.
Éste
ser
descansaba
en
su
trono
milenario,
mirando
al
horizonte
pero
con
la
vista
perdida
como
sí recordara
remembranzas
del
pasado…
de
su
pasado.
Deseando
lo
único
que
le
traería
la
paz
pero
a
su
vez
era...
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