Historia

Páginas: 9 (2108 palabras) Publicado: 11 de diciembre de 2012
Ahora que esos mismos criminales imperdonables intentan disfrazarse de demócratas para infiltrarse de nuevo como un cáncer en nuestras vidas, este viejo alegato adquiere, de pronto, una inquietante actualidad. No podemos olvidar lo que ocurrió. Y la mejor manera de honrar la memoria de esos miles de peruanos que murieron víctimas del terror es cerrando filas contra Sendero Luminoso, Movadef ocomo mierda se llamen. Librando la feroz batalla de las ideas para evitar que más jóvenes idealistas sigan siendo embaucados por la misma monserga de odio ciego. Recordándoles, con cada página de nuestra historia, la suerte inmensa que tienen de vivir en este Perú imperfecto pero esperanzado y no en aquel otro donde sólo había matanza, tiniebla y desolación.
Salir del cine de ver Arma Mortal y que,a pocos metros de la puerta, un Volkswagen vuele en mil pedazos. (Y empezar, desde ahí, a sospechar de todos los carros que humean demasiado). Llegar un día cualquiera a tu oficina y enterarte que la señora de la computadora de al lado no pudo venir hoy porque ayer la asesinaron a pedradas en un viaje de trabajo a Huancavelica. (Encontrar, al día siguiente en una revista, la foto de lo que quedóde ella en doble página central). Aprender que cuando revienta una bomba hay que tirarse al suelo con la boca abierta para que tus tímpanos no estallen (y decorar todas las ventanas de tu casa con tiras de esparadrapo para que –cuando ocurra– no perezcas degollado por esos cuchillos voladores que son los vidrios que arroja la onda expansiva).
Descubrir el aciago olor de la muerte en la Plaza deArmas de Satipo alfombrada horriblemente de cadáveres púrpuras e hinchados. (Confundirse ante la cantidad de horror que el filo incomprensible de un machete es capaz de esculpir sobre un pobre cuerpo humano). Olfatear, como un sabueso, todos los sobres que te llegan, en busca de aquel temible olor a avellanas que es el síntoma inequívoco de que alguien que te odia a morir te ha enviado una cartabomba. (Una le llegó a ese abogado tan prestigioso y le arrancó un brazo, otra a Melissa, la chica practicante del diario “Cambio” de quien, sobre las losetas, no quedó un solo rastro susceptible de ser reconocido).
Escuchar todas las noches, sin falta, en el noticiero el coro ronco y lastimero de los nuevos miembros de la interminable procesión de las viudas y los huérfanos llorando en quechuanuevas tragedias que nadie me traduce y que no entiendo. ( Y luego ese sonsonete imbécil de los políticos –tan longevos– repitiendo naderías: “repudio enérgico”, solidaridad con los deudos”, “comisión investigadora del Congreso”, para después irse a tomar un pisco sour con la falsa al bar del “Maury”).
Ver pasar delante de ti, como en una pesadilla, a un sereno de Miraflores que lleva en brazos a unaniña con pijama de franela toda estampada de ositos y de sangre. Al muchacho que corre como un poseso entre la densa humareda de Tarata en llamas y repite un nombre, desesperado: Gustavo o Enrique o Miguel o como quiera que se llamara el hermano al que nunca más volvió a encontrar. A la anciana que regresa cojeando días después a rescatar de entre los escombros un sobreviviente cuadro de laúltima cena. Al señor Cava que marcha –ausente, como un zombie– por el centro de la avenida Larco llevando en las manos una flor blanca y la foto de su hijo, el atleta, muerto. A la pequeña Vanesa, la hija de la vendedora de cartera de la esquina, aprendiendo de nuevo –y sonriente– a caminar con una diminuta y terrible pierna ortopédica. (Todos estábamos a una cuadra, todos estuvimos a punto de pasarpor allí, todos conocíamos a alguien que vivía o moría en esos edificios que se desmoronaron como fueran de galleta. Los blanquitos no sabíamos realmente por qué lloraban tanto todas esas mamachas en los despachos de los corresponsales. No teníamos la más remota idea de qué trataba todo aquello hasta esa noche. Tarata fue nuestro once de septiembre).
Quedarse otra vez a oscuras y sentir miedo....
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