Historia
Mi vecina, una brillante estudiante de Bachillerato, me cuenta que está leyendo Luces de Bohemia. Me emociono recordando cómo descubrí esa impresionante obra de Valle Inclán, y mepierdo en el reconocimiento de la huella que el estrafalario poeta Max Estrella dejó en mi biografía. Pero pronto regreso a la cruda realidad cuando me comenta cómo la está leyendo, para qué la estáleyendo, y sobre todo, qué es lo que ella cree que le va a preguntar su profesora, cuando termine con la lectura. No se qué es lo que esta chiquilla contestaría en las pruebas PISA y seguramenteacabará sacando buena nota en Literatura Universal. Pero me da igual, si en el proceso de sacar buenas notas va, poco a poco, perdiendo el gusto y la sensibilidad hacia la buena literatura. Certificar uncuarto de kilo de la generación del 27 puede servir para aprobar, pero no para acercar la poesía a la vida. La obsesión por la nota, por el resultado, nos aleja del sentido radical de la experienciaeducativa, que en este caso sería el gusto por la lectura y el deseo del texto.
Vuelvo a mis recuerdos y pienso en cuantas buenas notas he sacado en mi carrera de estudiante de Pedagogía, simplementeporque me aterraba suspender y tener que volver a relacionarme con unos apuntes vomitivos, obsoletos, desconectados de la realidad, inútiles, sin valor de uso. Estudiaba sólo por el valor de cambio: elaprobado. Y qué estúpida autoridad la de quien piensa que puede convertir una joya del teatro en un contrato laboral a plazo fijo. Mi vecina dice que me deje de tonterías, y que si no sé lo que es elBachillerato, que las pruebas de acceso están a la vuelta de la esquina, y que la nota de corte… y todas esas cosas. Yo la miro, con sus diecisiete años llenos de vida, y me pregunto qué estamoshaciendo en los institutos –y en las universidades–: tal vez vaciarlos de esa vida plena y llena de deseo y esperanza, para rellenarles el cuerpo de credencialismo, certificación, burocratización del...
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