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Páginas: 20 (4886 palabras)
Publicado: 18 de noviembre de 2014
En los últimos tiempos cargaron a la oración un estigma descalificador que se puede enunciar de la siguiente manera: la actividad orante es igual a la actividad alienante.
No es una calumnia. Aunque es verdad que, con frecuencia, los que no oran se justifican atacando a los que oran; está a la vista que necesitamos urgentemente entablar un rudo cuestionamiento entre laoración y la vida. Son demasiadas las personas que nos echan en cara, y no sin razón, «rezan, pero no cambian».
Muchas veces, y no en tiempos tan remotos, orar equivalía a encerrarse en sí mismo buscando por encima de todo la serenidad de la mente y la satisfacción emocional, haciendo caso omiso a las exigencias de la conversión y atención a los problemas del mundo.
Sé que en todo esto existe elpeligro de la caricatura. Pero aun así, podemos sentirnos con derecho a poner en tela de juicio la autenticidad de la oración cuando ella no aterriza en compromiso de vida.
La oración es, de alguna manera, fruto y expresión del amor, y el amor tiene dos vertientes: amor a Dios y amor al prójimo. Si falta alguno de estos componentes, podemos colocar en entredicho la autenticidad de la actividadorante.
Aquel Dios con quien trato amistosamente, siempre me remite a los hermanos, y el compromiso con ellos garantiza la autenticidad de mi trato personal con El.
Si analizamos la oración en sí misma, es difícil afirmar o negar si ella es auténtica o no.
Para cerciorarnos de su veracidad, el criterio más seguro de discernimiento es la sensibilidad fraterna del orante porque el Dios de la Bibliaes aquel que siempre rompe los círculos egocéntricos y nos coloca fuera de nuestra orbita, abiertos al hermano.
Eminentes agnósticos de este siglo afirmaron que la religión engendraba tipos alienados e infantiles. Según entendían ellos, ese Dios que todo lo solucionaba, era corno el gran seno materno que alienaba a los hombres de los riesgos de la vida y les ahorraba la lucha abierta en el campode la libertad.
Pero está a la vista que ese «Dios» no era el verdadero Dios.
Era la falsa careta de Dios, inventada por nuestros miedos, usufructuada por nuestras cobardías, y abusada por nuestra ignorancia y pereza.
Si. El Señor es aquel Dios, eternamente pascual, que no permite al hombre vivir refugiado en un feliz seno materno sino que lo obliga a salir a la intemperie para afrontar ysuperar sus inseguridades y cobardías.
El profeta Ezequiel asegura que nuestro Dios encamina a los hombres a la soledad del desierto «para litigar con ellos cara a cara» y hacerlos pasar, uno a uno, bajo el cayado. Es aquel decimos nosotros- que abandona a su propio Hijo en las manos de la soledad completa luchando cuerpo a cuerpo con la muerte.
No; no es el Dios de los infantiles y alienados sino delos fuertes y maduros.
Nunca deja en paz al hombre aunque siempre le deja la paz.
Siempre lo cuestiona, lo desafía y obliga a salir al campo abierto de la batalla, a un mundo de incomprensiones, derrotas y humillaciones para purificarlo y salvarlo de sí mismo.
Jamás vi en mi vida un hombre que, nadando en riqueza, salud y prestigio, se entregara incondicionalmente a la acción de Dios. Lo queobservé innumerables veces fue lo contrario: hombres y mujeres regresando rendidos a la casa del Padre tras haber experimentado situaciones límite de enfermedades graves, colapsos financieros, catástrofes y fracasos.
El Padre permite que el hombre vaya rodando por las laderas del precipicio hasta acabar en el barranco profundo. Ahí, el hombre, derrotado pero no aniquilado, no distingue a sualrededor otra cosa que soledad y ruina porque todas las columnas se hicieron polvo. Y así, impotente y desnudo, elhombre se convierte en materia maleable, y va entrando sin esfuerzo y con naturalidad en un estado de sumisión. En este
momento el Padre extiende la mano al hombre y lo va levantando hasta las cimas más encumbradas. La historia se repite. Es la pedagogía divina.
Sustitución del «yo»...
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