hola
Los capítulos I y II responden al allegro: los preparativos de la marcha del indiano del continente americano, y el viaje en sí, tienen un ritmo narrativo moderadamente vivo:
I. : El indiano se dispone a pasar la última nocheen su mansión suntuosa de Coyoacán antes de partir hacia Venecia para presenciar los carnavales.
"De plata los delgados cuchillos, los finos tenedores; de plata los platos donde un árbol de plata labrada en la concavidad de sus platas recogía el jugo de los asados; de plata los platos fruteros, de tres bandejas redondas, coronadas por una granada de plata; de plata los jarros de vino amartilladospor los trabajadores de la plata; de plata los platos pescaderos con su pargo de plata hinchado sobre un entrelazamiento de algas; de plata los saleros, de plata los cascanueces, de plata los cubiletes, de plata las cucharillas con adorno de iniciales... Y todo esto se iba llevando quedamente, acompasadamente, cuidando de que la plata no topara con la plata, hacia las sordas penumbras de cajas demadera, de huacales en espera, de cofres con fuertes cerrojos, bajo la vigilancia del Amo que, de bata, sólo hacía sonar la plata, de cuando en cuando, al orinar magistralmente, con chorro certero, abundoso y percutiente, en una bacinilla de plata, cuyo fondo se ornaba de un malicioso ojo de plata, pronto cegado por una espuma que de tanto reflejar la plata acababa por parecer plateada... —"Aquílo que queda —decía el Amo—. Y acá lo que se va". En lo que se iba, también alguna plata —alguna vajilla menor, un juego de copas, y, desde luego, la bacinilla del ojo de plata—, pero más bien, camisas de seda, calzones de seda, medias de seda, sederías de la China, porcelanas del Japón —las del desayuno que, vaya usted a saber, tomaríase, a lo mejor, en gratísima compañía—, y mantones de Manila,viajados por los anchísimos mares de Poniente. (...) Después, andando despacio, se dio a contemplar, embauladas las cosas, metidos los muebles en sus fundas, los cuadros que quedaban colgados de las paredes y testeros. (...) Pero el cuadro de las grandezas estaba allá, en el salón de los bailes y recepciones, de los chocolates y atoles de etiqueta, donde historiábase, por obra de un pintor europeoque de paso hubiese estado en Coyoacán, el máximo acontecimiento de la historia del país. Allí, un Montezuma entre romano y azteca, algo César tocado con plumas de quetzal, aparecía sentado en un trono cuyo estilo era mixto de pontificio y michoacano, bajo un palio levantado por dos partesanas, teniendo a su lado, de pie, un indeciso Cuauhtémoc con cara de joven Telémaco que tuviese los ojos unpoco almendrados. Delante de él, Hernán Cortés con toca de terciopelo y espada al cinto —puesta la arrogante bota sobre el primer peldaño del solio imperial—, estaba inmovilizado en dramática estampa conquistadora. Detrás, Fray Bartolomé de Olmedo, de hábito mercenario, blandía un crucifijo con gesto de pocos amigos, mientras Doña Marina, de sandalias y huipil yucatero, abierta de brazos en mímicaintercesora, parecía traducir al Señor de Tenochtirlán lo que decía el Español. Todo en óleo muy embetunado, al gusto italiano de muchos años atrás —ahora que allá el cielo de las cúpulas, con sus caídas de Titanes, se abrían sobre claridades de cielo verdadero y usaban los artistas de paletas soleadas—, con puertas al fondo cuyas cortinas eran levantadas por cabezas de indios curiosos, ávidos de...
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