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Portadilla
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Sobre la autora
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Créditos
Grupo Santillana
CAPÍTULO 1
No quedaba nada en el mundo salvo viento y arena.
Cuando menos, esa sensación tenía Celaena Sardothien mientras miraba desde lo alto de una dunael
desierto que se extendía ante ella. Hacía un calor asfixiante, a pesar del viento, y la túnica se le pegaba al
cuerpo a causa del sudor. No obstante, el guía nómada le había dicho que sudar era bueno; solo cuando
no sudabas el Desierto Rojo devenía mortal. El sudor te obliga a beber. En cambio, cuando el calor
evapora la transpiración antes de que repares en ella, puedes deshidratarte sindarte cuenta.
Oh, aquel calor espantoso. Invadía cada poro de su cuerpo, le embotaba la cabeza y le entumecía los
huesos. El bochorno de la bahía de la Calavera no era nada comparado con aquello. Habría dado
cualquier cosa por un soplo de aire fresco, por breve que fuera.
A su lado, el guía señaló al sudoeste con un dedo enguantado.
–Los sessiz suikast están allí.
Los sessiz suikast, losasesinos silenciosos; la orden legendaria que tenía que entrenarla.
–Para que aprendas obediencia y disciplina –le había dicho Arobynn Hamel.
En el desierto Rojo y en pleno verano, había omitido. Su estancia allí era un castigo. Hacía dos
meses, cuando Arobynn había enviado a Celaena junto con Sam Corland a la bahía de la Calavera sin
revelarles cuál iba a ser su misión, su compañero y ellahabían descubierto que estaban allí para
comerciar con esclavos. Desde luego, el encargo no había sido del agrado de los dos asesinos, a pesar de
su oficio. De modo que habían liberado a los esclavos, sin importarles las consecuencias. Empezaba a
pensar que no había sido buena idea. De todos los castigos que había recibido en su vida, aquel le
parecía el peor. Y eso era mucho decir dado que, un mesdespués de que Arobynn la hubiera azotado, los
cortes que tenía en la cara aún no habían cicatrizado.
Celaena se enfurruñó. Dio un paso hacia la pendiente y se ciñó el pañuelo para cubrirse la nariz y la
boca. Bajaba con las piernas en tensión para no resbalar por las inestables arenas, pero el avance
suponía una mejora respecto a la angustiosa caminata por las Arenas Cantarinas, llamadas asíporque los
granos susurraban, gemían y protestaban. A lo largo de un día entero, el guía y ella habían tenido que
vigilar cada paso, pendientes de no romper la armonía de la arena que pisaban. En caso contrario, le
había dicho el nómada, los granos se convertirían en arenas movedizas.
Celaena siguió bajando por la duna, pero se detuvo al no oír los pasos del guía tras ella.
–¿No vienes?
Elguía permaneció en lo alto de la duna y señaló al horizonte.
–A menos de cinco kilómetros en aquella dirección.
El nómada no dominaba la lengua común, pero la asesina entendió lo suficiente.
Celaena se retiró el pañuelo de la boca y arrugó la cara cuando una lluvia de arena se le pegó a la
sudorosa tez.
–Te he pagado para que me llevaras hasta allí.
–Menos de cinco kilómetros –repitió élmientras se ajustaba la gran mochila a la espalda. El pañuelo
que cubría la cabeza del guía le ocultaba casi por completo las facciones bronceadas, pero la asesina
advirtió el miedo que asomaba a sus ojos.
Cómo no, en el desierto temían y respetaban a los sessiz suikast. Encontrar a un guía dispuesto a
acompañarla prácticamente hasta la fortaleza había sido un milagro. El oro que Celaena lehabía ofrecido
también había influido, desde luego. Fuera como fuese, los nómadas consideraban a los sessiz suikast
poco menos que presagios de muerte, y, por lo que parecía, el guía no pensaba llegar más lejos.
Celaena escudriñó el horizonte hacia oriente. No veía nada más allá de las dunas que ondeaban como
un mar de arena azotado por el viento.
–Menos de cinco kilómetros –repitió el guía a...
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