HOLA(:
Y, sobre todo, con un modo de habérselas críticamente con ellas. Con la finura analítica, el impresionante bagaje filosófico yliterario y la capacidad totalizadora (“integradora”, prefiere decir él) que le caracterizan, Cerezo nos devolvía un Unamuno cuyo agonismo terminaba por revelarse, más allá de su usual reclusión enlos confines del “problema de España”, como un paradigma posible, y no de los menos potentes, de la cultura europea de finales del XIX y comienzos del XX. O lo que es igual, de una cultura que habíaelevado a consciencia filosófica, literaria y artística -“vital”- su propia “tragedia”, su “malestar” y sus hondas escisiones constitutivas. Y, de acuerdo con una opinión muy extendida, irresolubles.Consecuentemente con los desafíos hermenéuticos asumidos, y abriendo mul- tifocalmente su perspectiva, Cerezo ofrece ahora los resultados de una vasta, intensa, ambiciosa, compleja y, a la vez, muymatizada reconstrucción de aquella coyuntura de crisis epocal y sus raíces: las del “mal del siglo”. O, por decirlo con el propio Cerezo, las del “conflicto entre Ilustración y Romanticismo en la crisisfinisecular del siglo XIX”.
Lo que equivale a decir que Cerezo sitúa a Unamuno y Azorín, a Maeztu y Valle, a Baroja y Ganivet, entre otros, en el marco de un proceso general europeo a cuya fisonomíadedica páginas precisas y esclarecedoras. Un proceso a lo largo del que la confianza extrema en la ciencia deja paso a la unas veces melancólica y otras trágica constatación de su “bancarrota”, de suimpotencia ético-política. De su incapacidad “no ya para resolver, sino para plantear convenientemente las únicas cuestiones que importan: aquellas que conciernen al origen del hombre, a la ley de...
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