Hola
Por muchos años evité acercarme a la primera rosa que abría en mi jardín. Al verla me ahogaba una especie de angustia que escondía como un secreto vergonzoso. Su aroma contenido, su timidez, su gloria, su valentía, su humildad de debutante,su intimidad, su color franco, su tacto. Esa rosa moriría dentro de una semana, tal vez dos si el clima se mantenía fresco, y yo lamentaba su pérdida de antemano; Dios me había dado su esplendor para perderlo, para enseñarme cuán lejos me hallaba de él. De qué espíritu me hablan —me decía—, de qué maravillosas virtudes, de qué sacrificios, nada en mí puede igualarse a esa rosa, nada, ni la mayorde las misericordias. Esa tarde pensaba en la rosa y no en mi muerte. Es extraño, lo sé, pero al recorrer los parques con la mirada desde la ventanilla del auto de María del Pilar, lloraba porque una vez más era primavera.
Volver a la casa a encontrarme con los lugares y objetos que han sido mis compañeros de viaje, no resultó fácil. El primero que surgió en el camino fue mi barrio por más decuarenta y cinco años, la cuadrícula detrás de la iglesia de la Inmaculada Concepción, entre avenida Vitacura y Américo Vespucio. Los potreros que rodeaban la casa recién estrenada el año 54, calcinados por el sol del verano y plenos de pastos y flores silvestres en la primavera, se fueron poblando de construcciones lujosas como la nuestra y también de casas pareadas que se levantaron gracias a la LeyPereira. Las calles son arboladas y su comercio amable. Aún subsisten el Almac, las empanadas Don Matías y la panadería rosada. Lamentablemente, hace unos años autorizaron construir en altura y los edificios se han ido acercando más y más a nuestra cuadra. El insoportable ruido de las obras y las detonaciones hace pensar que una manada de elefantes con patas de concreto avanza en nuestradirección.
Cuando llegamos a la casa, el estilo moderno de un piso, siempre joven gracias a una acertada arquitectura, con su extenso techo horizontal que va más allá de sus muros exteriores, mostró por primera vez ante mis ojos los signos de la edad. Mi época y su arquitectura de pronto se revelaban añejas, dueñas sólo de un valor testimonial. El barniz de las maderas se descascaraba, los helechos de laentrada semejaban resecas plumas de vodevil y en la piedra bajo mis pies florecían manchas, derrames de todo tipo: aceite, helado, una botella de vino, el vómito de un perro vago, leche, la sangre de Andrés por una caída en bicicleta. Aquí he vivido, me dije, como un epitafio que debiera grabarse junto a la puerta de las casas que han sido amadas.
Al moverme en ella siento una comodidad que vamás allá de la amplitud de los pasillos y de las proporciones de los recintos. Esta casa es una prolongación de mí misma, una traza de mi vida tan valiosa como espero que sean estas páginas. Y voy por los dormitorios y sus secretos, por el living y sus fiestas, por el comedor y su actual silencio. Creo estar oyendo a Alberto llegar con muebles y objetos adquiridos en remates, acompañado de su...
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