hola
la mesa y, desde esa altura, hablar hacia abajo con el empleado que, además,
por culpa de la sordera del jefe, tieneque acercarse mucho.
Bueno, la esperanza todavía no está perdida del todo; si alguna vez tengo el
dinero suficiente para pagar las deudas que mis padres tienen con él – puedo
tardar todavía entrecinco y seis años – lo hago con toda seguridad. Entonces
habrá llegado el gran momento, ahora, por lo pronto, tengo que levantarme
porque el tren sale a las cinco», y miró hacia el despertador quehacía tictac
sobre el armario. «¡Dios del cielo!», pensó.
Eran las seis y media y las manecillas seguían tranquilamente hacia delante,
ya había pasado incluso la media, eran ya casi las menos cuarto.¿Es que no
habría sonado el despertador?» Desde la cama se veía que estaba
correctamente puesto a las cuatro, seguro que también había sonado. Sí, pero...
Cera posible seguir durmiendo tan tranquilocon ese ruido que hacía temblar
los muebles? Bueno, tampoco había dormido tranquilo, pero quizá tanto mgor, porque la madre se tranquilizó con esta respuesta y se marchó de allí.
Pero merced a labreve conversación, los otros miembros de la familia se
habían dado cuenta de que Gregor, en contra de todo lo esperado, estaba
todavía en casa, y ya el padre llamaba suavemen te, pero con el puño, auna de
las puertas laterales. – iGregor, Gregor! – gritó –. ¿Qué ocurre? – tras unos
instantes insistió de nuevo con voz más grave –.¡Gregor, Gregor! Desde la
otra puerta lateral se lamentaba en vozbaja la hermana. – Gregor, ¿no te
encuentras bien?, ¿necesitas algo? Gregor contestó hacia ambos lados: – Ya
estoy preparado – y, con una pronunciación lo más cuidadosa posible, y
haciendo largaspausas entre las palabras, se esforzó por despojar a su voz de
todo lo que pudiese llamar la atención. El padre volvió a su desayuno, pero la
hermana susurró: Gregor, abre, te lo suplico – pero...
Regístrate para leer el documento completo.