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En el umbral mismo para terminar el período de 15 años para el cual, con la euforia del inicio del nuevo siglo y del tercer milenio, se fijó una agenda mundial en la que seidentifican ocho de los problemas considerados los más graves en los países que integran el grupo de en vías de desarrollado o con más propiedad subdesarrollados, como eran conocidos antes de que se echasemanos de un eufemismo para evitar roces con los más susceptibles.
Los denominados Objetivos de Desarrollo del Milenio, nacidos al calor del optimismo de aquellos días en que se anunció la aperturade una nueva etapa de convivencia, prosperidad, armonía y tolerancia que fuese abriendo el camino de un paraíso mundial en el tercer milenio.
No han hecho falta muchos años para comprobar y aceptar,con cierta resignación y estoicismo, que los cambios favorables, en no pocos casos, han sido en retroceso y ni en las estadísticas se logran plasmar las metas señaladas, mucho menos en la vida realdonde el acuerdo mundial, pese a las iniciativas a lo largo de los tres lustros, presenta tan pingües resultados que la Organización de las Naciones Unidas prepara ya una reunión al alto nivel relanzarel proyecto e incorporar nuevos objetivos.
En nuestro país, el mejoramiento de la vida de millones de personas es todavía un desafío con dimensión no cuantificada, pues la precipitación deacontecimientos crean obstáculos que los pequeños avances se desvanecen en poco más de un suspiro.Sobre la pobreza, primer objetivo, la confusión oficial sobre su calificación y cuantificación queda plenamenteaclarada con la migración, interna y hacia afuera, reflejando las escasas oportunidades de empleo y la carencia o escasez de ingresos para la subsistencia personal o familiar. Según fuente oficial enel 64.5% de los hogares hondureños sus miembros sobreviven en condiciones paupérrimas con lo poco que, al día, consiguen. Compleja la distinción de pobreza y su nivel extremo, pues ambas se fusionan...
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