Hooooooooooola
espanto las lóbregas paredes del pozo en el que se hundían con vertiginosa rapidez. En aquelsilencioso descenso sin trepidación ni más ruido que el del agua goteando sobre la techumbre de hierro
las luces de las lámparas parecían prontas a estinguirse y a sus débiles destellos se delineabanvagamente en la penumbra las hendiduras y partes salientes de la roca: una serie interminable de
negras sombras que volaban como saetas hacia lo alto.
Pasado un minuto, la velocidad disminuyóbruscamente, los pies asentáronse con más solidez en el
piso fugitivo y el pesado armazón de hierro, con un áspero rechinar de goznes y de cadenas, quedó
inmóvil a la entrada de la galería.
El viejo tomóde la mano al pequeño y juntos se internaron en el negro túnel. Eran de los primeros en
llegar y el movimiento de la mina no empezaba aún. De la galería bastante alta para permitir al minero
erguirsu elevada talla, solo se distinguía parte de la techumbre cruzada por gruesos maderos. Las
paredes laterales permanecían invisibles en la oscuridad profunda que llenaba la vasta y lóbregaexcavación.
A cuarenta metros del pique se detuvieron ante una especie de gruta excavada en la roca. Del techo
agrietado, de color de hollín, colgaba un candil de hoja de lata cuyo macilento resplandor daba ala
estancia la apariencia de una cripta enlutada y llena de sombras. En el fondo, sentado delante de una
mesa, un hombre pequeño, ya entrado en años hacía anotaciones en un enorme registro. Sunegro traje
hacia resaltar la palidez del rostro surcado por profundas arrugas. Al ruido de pasos levantó la cabeza y
fijó una mirada interrogadora en el viejo minero, quien avanzó con timidez, diciendocon voz llena de
sumisión y de respeto:
-Señor, aquí traigo el chico.
Los ojos penetrantes del capataz abarcaron de una ojeada el cuerpecillo endeble del muchacho. Sus
delgados miembros y la...
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