Horacio Quiroga

Páginas: 203 (50549 palabras) Publicado: 3 de diciembre de 2013
Cuentos de amor de locura y de muerte sin la coma que haría creer en una simple enumeración de categorías es el libro que
Horacio Quiroga publicó en 1917, reuniendo narraciones de los quince aos anteriores, y que significó su consagración como
uno de los cuentistas más vigorosos y creativos del ámbito latinoamericano.
Escritos alrededor de los temas que obsesionaban al autor, como la fuerzainvencible de la naturaleza o el misterio de las
relaciones humanas, estos relatos dan testimonio de las dos modalidades que Quiroga cultivó con maestría: por un lado,
los cuentos que saben construir un clima que envuelve al lector desde las primeras líneas y, por otro, los que se encaminan
inexorablemente hacia un final impactante, donde los protagonistas se enfrentan a un instante que puedeser lúgubre,
misterioso, macabro o insólito, pero siempre definitivo.

Horacio Quiroga

Cuentos de amor de locura y de muerte
e Pub r1.0
jug a o r 06.06.13

Título original: Cuentos de amor de locura y de muerte
Horacio Quiroga, 1917
Diseño de portada: Shammael
Editor digital: jugaor
Corrección de erratas: jugaor, Doña Jacinta
ePub base r1.0

Una estación de amor
Primavera
Erael martes de carnaval. Nébel acababa de entrar en el corso, ya al oscurecer, y mientras deshacía un
paquete de serpentinas miró al carruaje de delante. Extrañado de una cara que no había visto en el
coche la tarde anterior, preguntó a sus compañeros:
—¿Quién es? No parece fea.
—¡Un demonio! Es lindísima. Creo que sobrina, o cosa así, del doctor Arrizabalaga. Llegó ayer,
me parece…
Nébel fijóentonces atentamente los ojos en la hermosa criatura. Era una chica muy joven aún,
acaso no más de catorce años, pero ya núbil. Tenía, bajo el cabello muy oscuro, un rostro de suprema
blancura, de ese blanco mate y raso que es patrimonio exclusivo de los cutis muy finos. Ojos azules,
largos, perdiéndose hacia las sienes entre negras pestañas. Tal vez un poco separados, lo que da, bajo
unafrente tersa, aire de mucha nobleza o gran terquedad. Pero sus ojos, tal como eran, llenaban aquel
semblante en flor con la luz de su belleza. Y al sentirlos Nébel detenidos un momento en los suyos,
quedó deslumbrado.
—¡Qué encanto! —murmuró, quedando inmóvil con una rodilla en el almohadón del surrey. Un
momento después las serpentinas volaban hacia la victoria. Ambos carruajes estaban yaenlazados
por el puente colgante de papel, y la que lo ocasionaba sonreía de vez en cuando al galante muchacho.
Mas aquello llegaba ya a la falta de respeto a personas, cocheros y aun al carruaje: las serpentinas
llovían sin cesar. Tanto fue, que las dos personas sentadas atrás se volvieron y, bien que sonriendo,
examinaron atentamente al derrochador.
—¿Quiénes son? —preguntó Nébel en voz baja.
—Eldoctor Arrizabalaga… Cierto que no lo conoces. La otra es la madre de tu chica… Es cuñada
del doctor.
Como en pos del examen, Arrizabalaga y la señora se sonrieran francamente ante aquella
exuberancia de juventud, Nébel se creyó en el deber de saludarlos, a lo que respondió el terceto con
jovial condescendencia.
Éste fue el principio de un idilio que duró tres meses, y al que Nébel aportócuanto de adoración
cabía en su apasionada adolescencia. Mientras continuó el corso, y en Concordia se prolonga hasta
horas increíbles, Nébel tendió incesantemente su brazo hacia adelante, tan bien, que el puño de su
camisa, desprendido, bailaba sobre la mano.
Al día siguiente se reprodujo la escena; y como esta vez el corso se reanudaba de noche con
batalla de flores, Nébel agotó en un cuartode hora cuatro inmensas canastas. Arrizabalaga y la señora
se reían, volviendo la cabeza a menudo, y la joven no apartaba casi sus ojos de Nébel. Éste echó una
mirada de desesperación a sus canastas vacías. Mas sobre el almohadón del surrey quedaba aún uno,
un pobre ramo de siemprevivas y jazmines del país. Nébel saltó con él por sobre la rueda del surrey,
dislocose casi un tobillo, y...
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