Imbeciles y champaña
Hace unos meses vi arder unabiblioteca. Ardió durante toda una noche y una mañana, con los papeles y libros como pavesas, volando entre las paredes en llamas en todas direcciones, cayendo sobre la ciudad convertidos en cenizas. La ciudadse llama – todavía – Sarajevo.
Para nuestra vergüenza, los siglos de la Humanidad están oscurecidos – valga el dudoso retruécano – por llamas de bibliotecas que arden: Alejandría, Constantinopla,Córdoba, Cluny, Heidelberg, Zaragoza, Estrasburgo. Uno conocía todo eso por las lecturas, por la historia. Muchas veces había imaginado a los soldados con antorchas, las llamas iluminando losestantes, las piras de libros arriendas. Pero jamás, hasta Sarajevo, pude imaginar qué impotencia, quédesolación puede sentir un ser humano ante el espectáculo de la destrucción de la memoria de su raza.Destrucción siempre absurda, infame. Irracional.
Tengo la imagen grabada, imborrable. Esta vez no fueron soldados con antorchas, sino modernos prodigios de la tecnología. Artefactos diseñados por los...
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